Notas 4-5

  • Primero y antes que nada,mil disculpas por los mil años de retraso y muchas gracias  por seguir leyendo, he tenido problemas de conexión y ademas se me han venido encima exámenes y esas cosas, por lo que no he tenido mucho tiempo para escribir o ver el blog en los últimos meses, pero ahora volvere a publicar un capitulo cada viernes y otro los días trece ¿Que les parece?
  • El cuarto capitulo se lo dedico a Emilia, por ser una lectora genial y emocionarse por mis tonterias. Muchas gracias, de verdad. Y el quinto va para Jazmín, como regalo de cumpleaños con una semana de atraso….¿Me perdonas?
  • El titulo del cuarto capitulo, «On the street Where you live» es otro libro de Mart Higging-Clark, excelente como todos y «Every day a little Death» es una canción Carol Burnett (Creo yo…) Tambien olvide explicar el titulo de tercer capitulo, «Raise Ravens», por una Cría Cuervos, una película española de Carlos Saura, del 76, con Geraldine Chaplin y Ana Torrent, una de mis favoritas
  • Y por ultimo, las caras de los personajes. Siempre me imagine a Maggie como Taissa Farmiga, que interpreta a Violet Harmon en American Horror Story , quien haya visto la serie entenderá por que…

A Jaco como el modelo Bartek Borowiec (Pelirrojos sexys, oh si)

Y a Diego como Ben Barnes, Caspian en Las Cronicas de Narnia (petit mas afeitado, claro)

¿Que les parece? ¿Se los imaginaban distintos?

05-Every Day a Little Death

Diego despertó con el sonido de las gotas de lluvia contra la ventana. Aquella minucia de ruido era algo que normalmente no tendría efecto alguno sobre el, pero había pasado una mala noche.  Su sueño había sido tan ligero que de todas maneras no habría tardado en despertarse. Estaba en su casa, en el mismo cuarto que había ocupado desde niño. Le tenía cariño, pero en ese momento hubiera preferido el que tenía en casa de León. El frio y parte de la humedad de la lluvia parecían colarse por las paredes y las ventanas, construidas erróneamente por sus antepasados, españoles del punto más árido de la península ibérica,  para un lugar con un clima mucho más amable. Se levanto de la cama y se puso la chaqueta que había llevado para ir al hospital el día anterior. El accidente de Claude, a pesar de no haber sido una noticia agradable de recibir, no había sido la causa de su insomnio.

La noche lo había dejado algo mareado, dio algunos pasos de manera insegura por el cuarto, recogiendo algunas cosas aquí y allá, mirando al espejo para confirmar las terribles ojeras que ya intuía desde antes de irse a dormir. Diego solía estar bastante orgulloso de su aspecto, pómulos altos, nariz recta, afilada y una barbilla más que  ligeramente cuadrada, marca de la familia Del Valle, que equilibraba el conjunto. Pero eso no ayudaba a hacer algo más halagadora la imagen que le devolvía el espejo, una de las muchas antigüedades repartidas por la casa. El cansancio y, odiaba admitirlo, pero si, el miedo se reflejaban en todo su rostro. No adquirían una forma o expresión concreta, pero se adivinaban sin esfuerzo.

El efecto de la almohada sobre su cabello oscuro, casi negro tampoco lo ayudaba en nada. Se dirigió, todavía tambaleante al baño, para lo que no tenía que salir de su habitación y encendió el agua caliente. No se sentía listo para enfrentar el pequeño pedazo de información con el que se había topado la noche anterior. El baño estaba helado, asi que ya se había llenado de vapor antes de que el agua estuviera demasiado caliente. El agua ayudaba un poco, si. Pero había llamado a Jaco la noche anterior, y el había aceptado verlo en la mañana, bastante mas temprano de lo que era normal un domingo. Había costado, pero había aceptado.  Y probablemente ya sería hora.

Salió apenas se había quitado el jabón de encima, habiendo hecho todo lo posible por su cabello.  Afuera estaba helado, mucho mas que antes. Maldito clima. Se apresuro a sacar la ropa del armario, jeans oscuros., una camisa formal, de botones -no tenía ganas de la pequeña pelea con Carolina que supondría saltarse la misa, a medio día- y el abrigo más pesado que encontró, que probablemente era de León, no recordaba  aquella monstruosidad de cuatro kilos, forrada de algún tipo de piel. Pesaba.

Tuvo tiempo de darle una mirada rápida al espejo antes de vestirse. Había tenido días mejores, pero al menos era una mejora. También le dio una pequeña mirada al reloj. Las seis de la mañana. Si, no iba a ser un buen domingo.

La casa, de pocas habitaciones -para Uncanny Valley- pero techos altos y espacios grandes, estaba en completo silencio. No tenía ganas de despertar a nadie y mucho menos de explicar a Carolina o a León el motivo de su salida matutina, asi que camino con cuidado la distancia que separaba su cuarto de la cocina. No lo había notado, moría de hambre.  Al parecer, su hermana mayor y su esposo al fin habían sucumbido al efecto del verano. Aun en vacaciones ella solía levantarse antes de esa hora para poner en orden asuntos del inicio de cursos en el Trinity y el, en teoría, por negocios, aunque Diego suponía que era más que nada por hacerle compañía a Carolina.-no pensaba que nadie con suficientemente dinero como para hacer negocios con León se levantaría a esa hora por voluntad propia- Pero ese día probablemente habían decidido dormir como la gente normal. Bueno, al menos el día empezaba bien. Dentro de lo posible. Saco un cartón de leche del refrigerador y cereales de la alacena, le hubiera apetecido algo más sustancioso, pero no había tiempo.- Además, a pesar de la insistencia de Carolina y León, nunca había querido aprender a cocinar ni siquiera un huevo estrellado. Eran cosas de chicas. O al menos esa era su mala excusa, simplemente  no le daba la gana. Si no fuera por ellos y por Sally, la chica que venía cinco veces a la semana desde Riverside a limpiar la casa, probablemente moriría de hambre.

O muy bien podía morirse de asco, pensaba mientras se terminaba el cereal tratando de prestarle la menor atención posible. No recordaba cuanto lo detestaba, el sabor pastoso de las hojuelas mojadas en leche.

– Carolina trajo bagels de Hamleton anoche.

Greta. Que adorable sorpresa. Probablemente todavía llevaba la pijama debajo del abrigo gris,  al parecer él no era el único que sentia el frio.  También se veía demasiado grande para el tamaño de Greta. Al parecer Sally dejaba la ropa de Leon en todos los cuartos excepto el suyo. Lo miraba con una risilla de satisfacción en sus ojos, de aquel color extraño, como madera rosada. Sin maquillaje parecía mucho mas pequeña.  A Diego no le gustaban las sorpresas. Al menos, no antes del amanecer.

-Gracias- Le contesto secamente. No estaba de humor

-Te has levantado a prepararte para la misa? no sabía que eras tan creyente, Diego….

La risita desagradable lo molesto mas de lo normal. Se forzó a responderle, agachado frente a la puerta del refrigerador. Salmon y  queso crema. Tendría que agradecerle a Carolina por los bagels al volver.

-Mi religión es la almohada y la cama, hermanita. Pero con este frio me veo imposibilitado para practicarla…

Trataba de parecer relajado, algo arrogante, incluso. Como siempre. Aunque su instinto mas paranoico le decía que Greta era como los lobos, olía el miedo. Le dedico una sonrisa de oreja a oreja.

– «Hermanita», vaya. Solo por eso no te preguntare a dónde vas en realidad.

Diego se pregunto si había echado de menos la carpeta que había tomado de su escritorio la noche anterior. Parecía que ni siquiera la había mirado, y estaba seguro de que Leon se la había dado por error. Aun asi…

-Perfecto.

Dentro de lo que cabía, no se llevaba del todo mal con su hermanastra. Si esa era la palabra, ya que no era hija de Leon, sino de su primo. Y este era esposo de su hermana mayor, no de su madre. Como sea, no, no se llevaba mal con Greta. No tenían una afinidad como la tenían ella y la hermana menor de Diego, Daniela. Pero no se llevaba mal con ella. Al menos no tanto como con Rose. Con quien tenía aun menos parentesco, si eso era posible. Aun asi, en ocasiones llegaban a molestarle el tono correcto de su voz, como si tuviera cuarenta años en lugar de catorce, la ligera superioridad con la que hablaba y se movía y aquella sonrisa desagradable, como si todo a su alrededor fuera patético. Siendo razonable, no eran realmente razones para odiarla, esa descripción, con algunos ligeros cambios, podía aplicársele perfectamente a el mismo.

También le daba solo un poco de envidia que León la consultara en los negocios o que le diera papeles importantes para oír su opinión, mas para entrenarla en los negocios que por que realmente necesitara dicha opinión, aunque a veces ponía en práctica sus consejos. Aunque él nunca había demostrado interés, tenía que admitirlo.

Comió un par de bagels sin quitarle el ojo de encima a Greta. No estaban mal, pero se le iba el tiempo.

Había un medio baño junto a la cocina, donde guardaba un cepillo de dientes. Esperaba que Sally no lo usara para la limpieza. Le revolvió el pelo a Greta con la palma de su mano, recibiendo una mirada asesina a cambio de sus atenciones y entro lo más rápido que pudo. A Jaco le ponía de pésimo humor que lo hicieran esperar. Lo ponían de pésimo humor muchas cosas. Como a su prima, Daphne, la novia de Diego. Parecía ser un rasgo común de la Familia McNamara. Los pelirrojos tienen mal carácter. Sonrió al espejo mientras escupía la pasta de dientes, de ese sabor a mente tan intenso que insensibilizaba la boca por un par de horas. Revolvió un poco la sala de la chimenea -que a nadie se le había ocurrido encender-, tardándose mas de lo que hubiera debido, pero aunque no se le ocurriera para que podría llegar a necesitar su mochila de la escuela, que, por ser verano solo llevaba su teléfono, una libreta y un par de tonterías mas. No había metido allí los papeles que le había robado a Greta la noche anterior. No los necesitaba, sabia a que parte del cementerio se dirigía. Y no planeaba tardar mucho. Pero tenia la sensación de que no podría hacer planes para eso.

Listo, estaba debajo del sillón. Se detuvo un segundo a respirar, de cara a la ventana. Con suerte, su «hermanita» solo pensaria que se habia metido en algun problema y su prisa se limitaba a huir de Leon y Carolina. No, de verdad no podia ser posible que ella hubiera leido el papel antes que el. Lo notaria, habria algun cambio visible. Sobre todo en su actitud hacia el, en especial. Ponerse en orden, eso. Bien. Volteo hacia Greta antes de caminar a la puerta principal.

-No tengo que decirte…

Ella hizo una mueca con sus labios llenos, infantiles.

-¿Que Leon y Carolina….?

-No tienen que enterarse, Aja.

Por nada en especial, no le costaría hallar una mentira consistente. Pero Carolina, siendo directora de un internado, tenía cierta experiencia en interrogatorios. E incluso siendo un mentiroso consumado, lograba ponerlo nervioso de vez en cuando. Nada que no pudiera manejar normalmente. Si, normalmente.

-Me lo pensare. Adiós, hermanito.

Suspiro. Normalmente, también, se habría quedado un rato discutiendo con ella.

-Adiós, Greta.

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.:. Otoño, 1893.:.

Lo tomo por sorpresa, como siempre. Era una suerte que Melissa no fuer uno de ellos. Stewart la miro con rabia contenida, pero solo dejo escapar un ligero sonido de hartazgo. Era tan rubio y tan palido que al enfurecerse su pel se tornaba de un color parecido al de los camarones hervidos.

-Deberia ponerte un cascabel al cuello.

Ella solo rodo los ojos. Esbozo una sonrisa inquietante, ¿cuantos dias habia estado fuera? no mas de de dos o tres. Parecia que traia noticias. Interesantes. Aunque claro, ella, como todos los Donovan, ademas de ser pequeña, de cabello color cuervo y extremadamente irritante, era incapaz de ir al grano. Stewart suspiro de nuevo.

¿Que quieres que te pregunte?

-Podrias empezar por preguntarme donde he estado…- le lanzo una mirada que hubiera podido perforar acero. Ella detestaba que le arruinaran la diversion. Pero honestamente, no eran tiempos para jugar verbalmente al gato y el raton.

-Melissa 

Ella no dijo nada, solo vacio la pesada bolsa de cuero viejo que llevaba al hombro sobre la mesa en la que Stewart trabajaba. Tres encendedores dorados calleron sobre ella. O al menos eso habrian sido para cualquiera, lujosos, tal vez  un poco grandes, con iniciales grabadas en ellos, pero solo simples encendedores. El se quedo sin palabras, mirandola con la boca abierta.Ella sonrio, satisfecha.

-Tres menos de los que preocuparse.

Cuando recupero elñ habla, el solo fue capaz de gritar, totalmente fuera de si. Y no entendia por que. Era una buena noticia, pero aun asi, el peligro, el que tal vez la hubieran seguido a casa, arriesgando el escondite que les habia tomado tanto esfuerzo encontrar….

-¡¡ESTAS TOTALMENTE LOCA?!  ¡PUDIERON HABERTE SEGUIDO! ¡PUDISTE…..!

Ella lo interrumpio, no tenia que gritar para expresar su irritacion, su voz era un susurro lacerante, aspero. un siseo

-No me acerque el pueblo, Stewart. Estaban en el bosque. En nuestro bosque. Ademas, tome un desvio, Si alguno me siguio, en este momento seguramente esta en algun lugar de Canada.

Su aspereza solo parecio enfurecerlo mas

– ¡PUDISTE HABER HECHO QUE NOS MATARAN A TODOS! ¡PUDISTE HABER MUERTO!

Ella quedo en silencio un momento, sorprendida de la fuerza de su respuesta. Y de su preocupacion por ella. El nunca le habia manifestado nada excepto antipatia. Eso era nuevo. Su silencio le dio unos segundos para clamarse y probablemente para tragarse la replica que seguramente ya se le habia ocurrido para cualquier respuesta de su parte. Respiro profundamente y bajo la voz

-Melissa… ya tenemos demasiados muertos que recordar. Quedamos muy pocos. Muy pocos. No quiero perder a nadie mas.

Para ella, eso era peor que los gritos. Por que aunque su reaccion, perseguir, encontrar, asesinar, fuera diametralmente distinta a la de el, de huir, preservar lo poco que aun quedaba, las dos tenian la misma causa. Los cazadores, las muertes. El dolor, ese dolor que ella preferia cubrir con rabia. Y por eso ver sus ojos ponerse vidriosos era infinitamente peor que oirla gritarle. Por que de esa manera podia entenderlo. Iba a responderle, cuando unos pasos firmes rompieron el silencio en el que habia quedado la habitacion.

Era extraño, como desde la caida del pueblo y su huida, se habian vuelto ligeramente primitivos. Cuando Alistair entro a la habitacion, fue un impulso mucho mas antiguo que el tiempo mismo lo que los hizo olvidar su discusion. El pelirrojo era mayor que ellos, fisica y figuradamente hablando. Desde la huida, el habia tomado el control de manera casi automatic. Ademas, podian sentir que se trataba de algo importante.

Alistair inclino un poco sus dos metros de estatura para examinar los encendedores. Jugaba con ellos en sus manos, con una sonrisa de satisfaccion sangreinte identica a la de Melissa.Se volteo hacia ellos dos, con semblante decidido.

-Me alegra que estes afinando la punteria, sobrinita. Por que cuando los demas regresen, iremos por ellos.

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La zona residencial del casco sur del pueblo era bastante pequeña, por lo que Diego no tardo demasiado en llegar a casa de los McNamara. Se dio a si mismo un momento para contemplar la propiedad. La casa de Jaco siempre la había fascinado de alguna manera. A simple vista no era nada muy impresionante, tal vez algo más pequeña que la suya o la de los Labadie, pero quien había entrado sabia que lo que se veía desde afuera era solo la punta del iceberg. Fuera de los dos pisos visibles, que contenían la sala, el comedor y un par de galerías y habitaciones para visitas, el corazón de la casa de los McNamara estaba bajo tierra. Pero ese día no tenía tiempo para darse el tour.

Salto la verja de hierro labrado y corrió los escasos diez metros que lo separaban de la puerta principal. Toco el aldabón de la puerta, una mano de mujer, solo un poco más fuerte de lo que los buenos modales hubieran permitido. Otro efecto de la falta de tiempo.

Lo ideal hubiera sido que el mismo Jaco abriera, parta salir de inmediato y sin darle tiempo de pensar -sospechaba que si le daba tiempo de imaginarse el lugar al que iba a llevarlo se le quitarían las ganas de hacerle compañía. Pero no, le abrió su ¿Tío? Liam, el médico del pueblo. Si, solo tenían un Medico. Y Carolina lo miraba mal cuando decía que Vivian en medio de la nada. Aunque él no tenía nada contra el medio de la nada. Volviendo a al doctor McNamara, probablemente su profesión hacia que esa fuera su hora habitual de levantarse, porque su semblante era algunas horas más humano que el suyo. Le sonrió, Diego sabia que le agradaba al doctor Cámara. Lo cual era bastante bueno, pues salía con su hija. Y al Doctor McNmara  no le agradaba todo el mundo. O esa impresión solía dar, dado su carácter mortalmente serio. Le sonrió con autentica amabilidad.

-Diego, que sorpresa. -se aparto un poco de la puerta- Pasa, por favor, te empaparas.

Diego entro al recibidor, de piedra solida  y decorado en rojo. Sonrió, con los  McNamara todo  era rojo. Al parecer Liam no era el único despierto a esa hora. Catherine, su prima, una vieja amiga de Carolina, estaba sentada en uno de los divanes de la sala, leyendo el Times de aquel día.

Ella levanto una ceja

-¿Tambien se te ha perdido la cama?

A pesar de tener el mismo cabello rojo encendido, la piel pálida y pecosa y los ojos color agua, Liam y Catherine eran tan distintos como el día y la noche. El era seco, pero de aspecto calmado, un tirano carismático, según Jaco yDaphne. Inspiraba confianza. En cambio ella siempre tenía una sonrisa sarcástica en los labios, y parcia el tipo de persona capaz de clavar un puñal por la espalda. Por lo que era lógico que a Diego Catherine le pareciera mucho más interesante . Se acomodó en un sillón, frente a ella y a un lado de Liam

-Jaco no nos dijo que vendrías… ¿O vienes a ver a Daphne? – Liam parecía algo sospechoso, acomodándose las gafas mientras hablaba

Perfecto, un interrogatorio. Otro.

– No soñara con hacer a Daphne despertar antes de las nueve  un domingo,  aprecio un poco mi vida.-eso le gano una mirada de aprobación- No fue algo planeado. Llame a Jaco ayer en la noche, espero que no lo haya olvidado.

Catherine no hablaba, pero había levantado la vista de su periódico. El doctor siguió hablando. ¿Cuál era la mentira que había inventado? Vaya, tendría que improvisar.

-Supongo que habrá algún motivo en especial ¿O no? No te ofendas, Diego, pero no te imagino del tipo madrugador

sonrió con la mayor naturalidad que pudo fingir

-E imagina bien, doctor. Pero saldremos un par de días después de la misa de este domingo -y eso no era mentira, Carolina quería descansar un par de días en Boston antes de otro año de responsabilidad sobre doscientos quince adolescentes mimados e insoportables, toda su prole adoptiva incluida ¿por que no se le habria ocurrido antes?- Y necesitaba hablar con Jaco… con alguien. – Y puntos extra por dramatismo, si. Ahora la causa. Y un cambio de tema. Se quedo unos segundos callados, antes de suspirar, cansado -¿Claude…?

La expresión algo dura de Liam de torno compasiva, y Diego incluso creyó percibir un poco de comprensión en los ojos de Catherine. Había sido convincente. Sin  demasiado esfuerzo actoral, porque aunque no fuera por Claude, no era un día brillante. Y tenía la sensación de que iba a empeorar. Dirigió su mirada hacia la ventana, la lluvia que helaba el vidrio y difuminaba el universo col0or verde que había detrás del cristal. La casa de los Cámara daba directo al bosque. Bien, podrían acortar camino por allí.

-El va a estar bien, le di el alta anoche y Lara se lo llevara a su casa hoy mismo, apenas abra el hospital. -le dirigió una sonrisa que pretendía ser reconfortante. Podría haberlo sido, en otras circunstancias- Solo necesita descansar, pero estara bien.

Diego se imagino el hospital del pueblo cerrado, con Claude, enfermo, dormido y más indefenso –por que a él siempre la había parecido indefenso. Era un chico bastante normal, para la edad que tenia, pero daba demasiado pocos problemas. Y sencillamente, no se sobrevivía sin garras en Uncanny Valley, no de la mejor manera.- que nunca. Liam pareció poder leer su mente.

-Antonia se ha quedado vigilándolo, como ninguna de las enfermeras quiere pasar la noche en el pueblo…

Claro, eso lo sabía. Pero se había olvidado de Antonia Greengrass, la hermana mayor de Enid, que hacia sus prácticas para conseguir el título de Medicina en el hospital del pueblo. Pues bueno, pronto había dos doctores. Impresionante.

Al parecer, no se lo  había contado a Catherine

-¿Tan pronto?- Parecía simplemente sorprendida, Diego suponía que por cortesía hacia él. Siempre solía haber algo de acido en todo lo que ella decía

-No seré yo el que se interponga entre Lara y su retoño…

El se encogió de hombros y todos se permitieron una risilla, Diego incluido. Le agradaba Lara, y creía conocerla mejor que la mayor parte de la gente de Uncanny Valley. Además, a pesar de ser casi una anciana para su gusto, tenia que reconocer que quitaba el aliento. Pero si, honestamente, el también pensaba que le faltaba un tornillo.

Después de esos pocos -eternos- minutos de platica insignificante, pudo escuchar a Jaco bajando las escaleras. Cuando entro en la sala pudo ver que evidentemente se acababa de levantar de la cama. Había una mirada de confundida en sus ojos y su cabello, largo hasta más de media espalda y del mismo color que el de Liam y Catherine, caía despeinado sobre un suéter azul que se había puesto al revés. Se reiría, pero no tenía tiempo. Los tíos de Jaco cambiaron el tema de inmediato. Diego había notado0 desde hacía tiempo que no les gustaba hablar de Lara o de Emily Donovan cerca de Jaco. Ni tampoco mencionar la palabra «Loco». En fin.

Comenzó a levantarse mientras Jaco volvía las filas de los vivos. Su voz era poco más que un gruñido

-Espero que sea bueno. Es domingo, ¿sabes?

-Lo es. Ahora, si tus tíos nos disculpan – les sonrió a los dos adultos, como pidiendo perdon por alguna travesura- Creo que hay poco tiempo

-Por supuesto.

Liam se despidió y subió las escaleras, probablemente por su maletín, ya iba siendo hora de que el hospital abriera

-No lleguen tarde a misa

El hospital siempre tenía que estar abierto, pero él podía dejar a una enfermera a cargo por las dos horas que duraba la misa.  No a Antonia, en el casco norte, el lado protestante del pueblo, se  tomaban el servicio religioso igual de en serio que los católicos en el casco sur. Nadie se libraba de la sesión dominical de aburrimiento.

Catherine solo les hizo un gesto de despedida con la mano y volvió a su periódico.

Jaco se adelanto a la puerta y  después cerro de un portazo. Bueno, problema de él. Se dirigió a la calle, caminando hacia la barda, pero Diego le hizo una seña con la mano, apuntando a la salida al bosque, no quería gritar y llamar la atención de alguien en la casa. Jaco rodo los ojos, pero lo siguió.  Cuando lo alcanzo, Diego supo que había logrado intrigarlo.

Rodo los ojos. Pero no, no iba a decírselo allí. No sabia como podria, para empezar.

-Acortamos camino.

Jaco lo siguió, caminando a su ritmo, y gracias a dios, en silencio. Tenía sus defectos, claro. Bastantes, al menos a su juicio. Diego era calculador, no daba un paso donde sabía que no le convenía . Jaco era impulsivo, actuaba con la cabeza caliente, antes de terminar de pensar. O pensar siquiera. Diego se consideraba precavido, solo rompía las reglas cuando sabía que no había nadie mirando. Por el otro lado, Jaco era demasiado atrevido para su propio bien. Cuando tenían doce años, su valentía estúpida ya le había ganado tantas cicatrices en el cuerpo como algunos veteranos de guerra. Pero a el no le importaba.

En fin, pese a todas sus diferencias, o tal vez, por eso mismo, Diego confiaba en Jaco mas que nadie mas. Incluso dentro de su pequeño circulo -Ellos, Daphne, Enid Greengrass, Rose, Astor Van Der Graff y Trevor Ackerley, que habían nacido el mismo año, se conocían desde que usaban pañales y prácticamente se habían criado juntos, Jaco era más cercano a él. Tal vez porque compartían la misma etiqueta a ojos de los mayores, «Los Problematicos». Oh sí. Aunque Enid también era bastante problemática, si le preguntaban a él. Pero en realidad no le importaba, estaba contento con su etiqueta.  Le gustaba llamar la atención. Otra cosa que los unía a ambos

Caminaban en la dirección correcta, no tardarían mucho más que otros veinte minutos para llegar. Diego casi nunca iba a esa parte del bosque, El musgo había invadido las ramas de los arboles, ahora cubiertas con un tapete verd y acolchonado. El follaje de las copas de los arboles era tan espeso que no entraba luz suficiente como  para que hubiera pasto en el suelo pasto en el suelo, apenas algunos helechos y treboles. Sus zapatos se hundían en la tierra suave y húmeda. que no estaba hecha un lodazal por que los arboles tampoco dejaban pasar mucha agua. Lo cual era una suerte, aunque de todas maneras Jaco se mojaba lo suficiente como para mirarlo con los ojos entrecerrados, deseandole una muerte lenta y dolorosa.

-Te juro que como no valga la pena….

-No haras nada. Te conozco, pelirrojo.

-¿Estas ligando conmigo?

La clase de comentarios sin sentido que hacían a algunos verlo como el tercer loco del pueblo.

-No

-Entonces no me llames pelirrojo.

-Todos te llaman asi

-¿Tu que crees?

No pudo evitar soltar una carcajada, pese a todo. Jaco sabía que era el tipo de estupideces que lo ponían de buen humor. Jaco consiguió calmarse y seguir caminando, con Diego siguiéndolo. En la dirección correcta.

-Ya. De todas formas, no veo por qué me llevas al cementerio

Suspiro. No estaba acostumbrado a que Jaco se le adelantara

-¿Quien dice que vamos al cementerio?

Jaco enarco una ceja. Si, a veces Diego tendía a subestimar su inteligencia

-Eso o solo estamos tomando el camino de dos horas a pie hacia Riverside.

Diego suspiro, rindiéndose

-¿Te importa esperar a que lleguemos?

La mirada que recibió de Jaco dejaba ver más curiosidad que preocupación, el se pregunto si eso cambiaria una vez que llegaran allí. Si todo era como aparecía en el papel, probablemente se ahorraría ls explicaciones. Perfecto, porque ¿Cómo iba a explicar eso?

El camino parecía decidido a ser imposible, las lluvias de los últimos días habían estancado gran parte del suelo bosque, y casi todo lo que no estaba inundado era terreno lodoso casi imposible de caminar. Un resbalón en el lodo era lo último que necesitaba, asi que iba a paso de tortuga, aunque a Jaco no pareciera gustarle la idea.  Bien, que se resbalara él. A pesar de eso, era agradable tenerlo cerca. Suponía que si él no hubiera podido, tendría que haberlo hecho solo. Siendo honesto consigo mismo no hubiera sido capaz. La valentia insana era el dominio de Jaco, no el suyo.

Poco antes de que llegaran al cementerio del pueblo, un poco de luz comenzó a asomar entre los árboles, cubriendo de sombras verdosas el camino, ya había amanecido casi completamente.  La tierra bajo sus pies comenzaba a ser algo mas caminable. Cuando el bosque comenzó a desaparecer y pudo avistar las altas bardas de acero, terminadas en puntas de lanza se acerco a Jaco, cortando en un par de zancadas los metros que se habían separado. El volvió a dirigirle una mirada significativa, pero siguió sin abrir la boca. Al acercarse, vio que las puertas, de unos cuatro metros de altura, estaban juntas, pero no cerradas.

-¿Me ayudas con esto?

-Siempre quise ser un ladrón de cadáveres.

No parecía unja broma. Pero se preocuparía de las ligeras tendencias psicóticas de su mejor amigo en otro momento. Recordaba que las puertas se abrían de adelante hacia atrás. asi que se aferro a un barrote y empujo, con la ayuda de Jaco unos metros mas atrás, No era tan pesado como parecía, pero estaba bastante oxidado, asi que tardaron unos cinco minutos en abrir un espacio suficientemente amplio como para pasar y en cerrarlo de nuevo. Diego no quería interrupciones.

Él cementerio de Uncanny Valley no era proporcional al tamaño del pueblo, pero aun asi se veía pequeño, comparado con la mayor parte de los camposantos. Como el pueblo mismo, la gran extensión de seto verde estaba dividida entre católicos y protestantes, con dos pequeñas capillas al centro y las criptas y campos de cada familia distribuidas alrededor de estos. Carolina y León lo visitaban varias veces al mes, pero preferían hacerlo solos. Y ni él, ni Daniela, Greta o Hanzel habrían tenido muchas ganas de acompañarlos, de cualquier manera. Para los adultos de Uncanny Valley, el cementerio eran los recuerdos de familiares, amigos y conocidos perdidos, un ligero consuelo después de la tragedia que había sido la epidemia. Pero para los jóvenes, que no recordaban ni la epidemia ni lo que había existido antes de ella, el cementerio era el lugar donde estaba enterrada una vida que nunca iban a conocer. Una vida con padres, abuelos, el conocer algo más que tíos jóvenes y hermanos mayores. Una vida que sonaba a mentira. No, era mejor mirar hacia adelante.

De todas maneras, conocía el lugar al que iba. La epidemia no solo se había llevado a los adultos. El y Daniela tendrían seis primos y Greta dos hermanos de haber sido asi. Los cuerpos estaban en el lugar en el que tenian que estar, en los campos de sus familias, junto a sus padres y hermanos, pero al fondo del cementerio, oculto tras una hilera de sauces estratégicamente plantados, había un pequeño memorial a los niños caídos. Había estado allí un par de veces, junto con su familia la primera, y el solo la segunda.

Le hubiera gustado correr al fondo del cementerio para acabar todo de una vez, pero no era capaz. Aquel lugar le inspiraba un respeto extraño. Era uno de los pocos lugares del valle que solían captar algo de sol, la luz y el calor le infundían una sensación de irrealidad para cualquiera que viviera todo el año en Uncanny Valley. Y era doloroso reconocerlo, pero la cercanía de los restos de esos padres a los que no había conocido lo hacía sentir una calma prohibida,  la que se sabía sin derecho. Algo lo hacía imaginarse que todo eso se caería en pedazos con el primer paso en falso.

Jaco lo seguía, como él, mirando a las lapidas. Cada familia usaba un material ligeramente distinto. Los Greengrass mármol blanco, jaspeado para los Poisset y Piedra Caliza para los Austerlitz. Jaco se detuvo un instante frente al granito helado que marcaba las bajas de los McNamara. Su caso era incluso peor, si eso era posible,  porque a la práctica era tan huérfano como cualquiera de los demás. Pero su padre seguía vivo, viviendo en el pueblo y sus hijos eran de los pocos afortunados que conservaban un padre vivo, excepto el. Y su madre no tenía una lapida en el cementerio.

Diego le puso una mano en el hombro. Él le dedico una media sonrisa extraña, «estoy bien» antes de apartarse y seguir caminando.

No tardaron mucho mas en llegar, el pequeño memorial no estaba pensado para ser visitado de la misma manera en la que no estaba pensado para ser visto de manera que les tomo unos minutos pasar entre los árboles, plantados demasiado cerca unos de otros. La madera parecía haberse fundido en una extraña pared correosa, hostil, que protegía un lugar que no debía ser perturbado. Pero tenía que entrar, tenía que ver son sus propios ojos. Lo logro, cayéndose por el extraño muro de sauces desgarrando un poco la tela de su pantalón y más que un poco de la piel de su pierna. Dolía. Jaco lo logro sin mucho esfuerzo, le tendió la mano y lo ayudo a levantarse.

Se tomo unos minutos para contemplar el memorial. Había una lapida de mármol blanco grande, del tamaño de la pizarra de un salón de clases, probablemente tenía una inscripción, pero era difícil saberlo. Como todo lo que no era vigilado estrictamente por un jardinero en Uncanny Valley, estaba totalmente cubierto de Hiedra.  Asi como las pequeñas lapidas que la rodeaban,  dispuestas en círculo de una manera irregular, pero para nada casual alrededor de la más grande. si se podían llamar asi. Se veían como losas de mármol montadas sobre pequeños montículos de tierra, túmulos.  Era un pequeño mundo aparte, para los niños muertos de la epidemia y nadie más. La tristeza del ambiente paliaba un poco el miedo que sentía por lo que ya sabía que iba a encontrar allí.  Estaba oculto a plena vista, una parte del círculo de túmulos ocultos totalmente por las enredaderas. Pero, habiendo estado rodeado de ellas toda su vida, Diego podía distinguir una enredadera salvaje de una plantada con intención. Y esas, como los sauces que protegían aquel pequeño jardín de niños muertos, estaban allí para cubrir algo. Jaco también lo notó, como él, estaba mirando las enredaderas y luego hacia él, levantando una ceja.

Pero antes, como una última excusa para evitar ver lo que sabía que había bajo las hiedras, se dirigió a la lapida grande. Le hizo una seña a Jaco para que lo siguiera.  Se arrodillo frente a ella, ante la mirada extrañada de Jaco. Su cabello despeinado parecía irreal, insolente, una llamarada extraña en medio del verde y el gris. Entorno los ojos

-…. ¿Esto?

Diego negó con la cabeza, sin voltear a verlo, mientras comenzaba a apartar con cuidado las plantas de la superficie de mármol.

-No, pero…

Jaco entendió, y comenzó a ayudarlo a despejar la lapida. Las letras estaban grabadas en ella, pero era difícil leerlas, el musgo y la humedad habían hecho lo suyo. Finalmente, lograron que solo quedaran las raíces secas, imposibles de despegar. Eran pocas letras, pero grandes como las de un anuncio de carretera. Diego leyó en silencio.

“Perdidos, jamás olvidados”

Jaco lo miro y asintió, el se levanto y se dirigió a las hiedras en las que se había fijado antes, decidido. Las quito en poco tiempo, lastimándose las manos con las raíces ásperas, pero eso ya no importaba, tenía que verlo con sus propios ojos. Se levanto, con las enredaderas marchitas todavía en la mano. Alli estaba, tres pequeños túmulos como los otros, uno detrás de otros. Había un solo año, 1993, bajo todos los nombres.

“Enid L. Greengrass”

“Jaco Daniel Mcnamara”

Y “Diego del Valle”.

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04- On the Street Where You Live

La luz industrial, fría e impersonal de los cuartos, salvo por aquel detalle cómodos y bastante lujosos, del hospital hacia visibles las ojeras y el cansancio en los ojos de un hombre y una mujer sentados a los lados de la cama de un niño que dormía, cubierto por la desagradable bata azul del hospital. El niño dormía en calma, y fuera de unos cuantos moretones, parecía estar bien. De ellos dos no se podía decir lo mismo.

El tenía treinta y dos años, apenas tres menos que ella, pero en ese momento, los dos sentían que les había caído un siglo encima

Lo alteraba sentir como Lara clavaba sus ojos en el, esos ojos grandes, almendrados y profundos, oscuros, no tan distintos a los de él, color avellana. Cuando eran más jóvenes, la belleza casi sobrehumana de su ahora cuñada lograba ponerlo nervioso, ahora, después de haber pasado tanto y perdido tanto juntos, le era difícil no verla como una hermana mas. Y con su mirada le hacia una pregunta que él no tenía manera de contestarle. «¿Por qué?». Y era la misma pregunta que había sentido en su mirada los últimos trece años. La pregunta que el mismo se hacía, aunque dentro de su cabeza solo era la llave a mil preguntas más. Y probablemente para ella serian aun más.

– Es ridículo, ¿no lo crees, León?- Dijo, con un suspiro agotado

Para León Rosenblat, «ridículo» no hubiera sido la definición que se le habría ocurrido para lo que le había pasado a su sobrino dos noches atrás. Después de los sucesos que habían dejado a Lara viuda y a él a cargo de tres niños pequeños, sin contar su obligación hacia su sobrino, todos habían estado de acuerdo en ser mucho más estrictos, quizá paranoicos, de lo que sus padres y abuelos jamás habrían soñado ser. Una medida en especial, la que más resistencia había causado y la que la prima de Damien se planteaba cuestionar, había sido el asunto culpable de distraer su atención y la de Lara hasta olvidarse totalmente de que Claude había salido solo. Vaya, si Rose se lo había dicho, pero no había recordado que probablemente sería la primera vez que eso pasaba. La primera, por más ridículo que sonara, y no era exclusivamente culpa de su cuñada. El siempre la había apoyado incondicionalmente en su sobre protección, temeroso de perder lo último que le quedaba de su hermano mayor.

Y después de todos los cuidados, lo que había puesto a Claude donde estaba, inconsciente en una cama de hospital, ante la mirada impotente de él y de Lara, había sido un corto circuito.

-Sí, ridículo podría ser la palabra

-Es tarde para palabras.-Fue lo que acertó a contestarle. Para los más jóvenes, incluso para el mismo muchas veces, Lara parecía algo tocada. Pero en ocasiones como esa, León pensaba que lo único que le sucedía era que tenía los pies demasiado pegados a la tierra. Suspiró- Liam dijo que tendría que despertar pronto

Como si escuchara a su madre, Claude comenzó a moverse en sueños, como minutos antes, gracias a dios, no temían que no fuera a despertar, y realmente despertarse y ver dos pares de ojos enrojecidos y de ojeras de dos noches no iba a ayudarle mucho.

-Despertara, pero deberíamos dejar que descanse. Rose puede quedarse junto a él un rato, Lara. Ve a casa y date una ducha, a Claude no le gustara verte así.

Ella solo negó levemente con la cabeza, no era ni siquiera posibilidad. En realidad, el no había pensado que aceptaría, peo era su deber preguntar.

-No, León, tu vuelve a casa, Diego y Greta deben estar aburriéndose en la sala de espera. Yo debo quedarme aquí.

Era algo que hacía mucho tiempo que no sorprendía a León, pero aun con las ojeras el cabello hecho un desastre y la ropa peor aún, pues no se había movido de la silla desde que habían encontrado a Claude, Lara seguía siendo capaz de quitar la respiración. Fuera de eso, tal vez sería buena idea darle algo de espacio, en lo que ni siquiera había pensado en las horas anteriores, concentrado totalmente en su sobrino.

León asintió levemente y se levanto de la silla, dándole un beso en la frente a sus sobrino y despidiéndose de su cuñada con un una mano fraternal en su hombro y una sonrisa de apoyo.

-Siempre has sido fuerte, Lara.

-Cuando despierte le diré que has estado aquí- Es su única distraída despedida, perdida como esta en unas profundidades que él conoce muy bien. Como todos.

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-Maggie, cariño ¿Te gusta la casa?

Ella puso su mejor expresión de niña lerda antes de asentir, emocionada

-Mama, ¡Es preciosa!

Después le dio un prolongado abrazo a la mujer a la que había conocido un par de noches atrás, antes de que ella y su “padre” volvieran a hablarle a la mujer menuda y vestida de rosa pastel que les enseñaba la casa

-Trabajamos en casa, el espacio y la luz son muy importantes, señorita… ¿Donovan?

-Por supuesto, la casa tiene unos vitrales increíbles, no será un problema. Si les place subir…

Se preguntó si ellos serian realmente una pareja, al menos mentían juntos de manera impresionables. El trabajo en casa era una excusa perfecta para que la gente no le preguntara por sus padres, aunque ella confiaba en despertar las menores preguntas posibles, tenía solo diecisiete años, aparentaba menos, pero Maggie no era de ninguna manera una novata. Se acomodaba el pelo, de ese color rubio deslavado que es el único que se puede tener después de haber pasado por todos los colores de tinte posibles. Esperaba que el haber teñido sus cejas del mismo color ayudara, aunque detestaba todos los cambios que había tenido que hacerse para que su papel de niña bien fuera mínimamente creíble. Extrañaba sus mechas verdes y su perforación en la nariz. Apretó los dientes y soltó un gruñido mientras seguía a los tres adultos por las escaleras de una casa con demasiado pedigrí para su gusto

Le sonreía distraídamente a la agente de bienes raíces, que se encontraba ocupada discutiendo los últimos términos de una venta con unos “padres” a los que probablemente pasaría unos meses sin ver después de aquel día, si es que llegaba a volverlos a ver. Y mientras hablaba con ellos, la mujer,  pálida y de cabello negro, la miraba y sonreía con cortesía, y ella le sonreía de vuelta, con una sonrisa de interés mezclado con cierta pena bastante vaga, la agente se veía amable, si. Pero tenía que hacer su trabajo, por suerte más tarde que temprano, le gustara o no. En fin, iba a ser una pena tener que matarla. Le dedico una sonrisa mucho más amplia. No, la verdad no.

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Al caminar por los pasillos del hospital, vuelven a su mente las palabras de Liam McNamara, el doctor encargado del pequeño hospital católico de Uncanny Valley además de, claro, otro amigo de toda la vida. Habían encontrado a Claude, intacto, aparentemente desmayado, aunque en esos casos se solían observar quemaduras leves, pero todo el equipo médico estaba de acuerdo en la explicación a sus lesiones

Un vulgar, un estúpido accidente de alambrado. Era la única explicación. Un fuerte choque eléctrico, era lo que les habían dicho los doctores, después de que los agentes de Damien (En ese momento, sentía que les debía la vida. Aunque fueran de Riverside.) lo encontraran en la finca abandonada que alguna vez había sido propiedad de los Blackwood, muchos siglos atrás. De todas maneras, por las viejas paredes cruzaba una parte importante de la conexión eléctrica del casco norte. Claro que eso el lo sabía, el había estado en la reunión del consejo que había tomado esa decisión.

Claro que, si tenía que sentirse culpable por algo, evidentemente no era eso. Claude no sabía andar solo en su propio hogar. Y la culpa era tan suya como de Lara y Leonora, pero él, en especial, a pesar de poder considerar excesivas algunas de las prohibiciones, porque a comparación con Diego y Daniela, los hermanos menores de Carolina, su esposa o Greta, la primita que apenas era un bebe al morir sus padres y dejarlos a él y a su hermana a cargo de ella o de Hanzel, su ahijado, otro huérfano de aquel periodo, todos a su cargo desde hacía más de diez años, Claude parecía demasiado dócil, demasiado amable, y, a percepción de todos, frágil. Y, en Uncanny Valley, sobre todo entre los chicos, al que no sabía pisar lo pisaban.

Y, en su esfuerzo por evitar que fuera pisado, lo habían hecho débil.

Mientras seguía caminando por los pasillos retorcidos del hospital, y bajando innumerables escaleras, ya que habían internado a Claude en el último cuarto de uno de los torreones del viejo edificio, algo anterior al estilo victoriano, para garantizarle privacidad y descanso, se permitió llevar su mente por caminos que no solía permitirse. Por salud mental.

¿Cuánto tiempo llevaban, jugando a ser adultos? Jugando a que podían con todo, a que podían hacerlo bien. Pero allí, a solo unos pocos pisos y paredes de manera pintadas de lavanda, estaba la prueba de que no era tan fácil. Claro que nunca había sido fácil, ellos todavía estaban verdes cuando todo les había caído encima y habían tratado de hacerlo lo mejor que habían podido, recoger todas las piezas posibles de un desastre que inexcusablemente era culpa suya.

Bajó el último tramo de escaleras antes de entrar, pintado del mismo color lavanda y con la misma decoración al más puro estilo de Martha Stewart. o de Martha Bush. Vaya, al estilo Martha. Nunca había mucha gente en el vestíbulo, y aunque casi todo el pueblo había pasado el día anterior para mostrar su apoyo a Lara, el día de hoy solo estaba Greta, que había venido con él, y Rose, que también había pasado la mayor parte de los días anteriores en el hospital, Daniela seguía en Paris con los Labadie. Faltaba Diego.

León le acaricio el cabello a Greta, todavía algo distraído.

-Nos vamos un rato

Ella asintió y de despidió de Rose con un abrazo antes de levantarse, ella era lo más parecido a una hermana que tenia. Después se volvió hacia Rose para despedirse de ella con un beso en la mejilla, ella estaba, si era posible, tan demacrada como Lara. No se olvidaba de que ella había dejado a Claude irse, León apoyo una mano en su hombro, como había hecho con Lara unos minutos antes

-No ha sido culpa, tuya, no podías saberlo

Ella solo suspiro, asintiendo sin estar nada convencida

– Si tu lo dices…

– Debería despertar en poco tiempo, si te ve así antes de reponerse del ataque maternal que seguramente le prepara tu hermana…

Eso consiguió arrancarle una diminuta sonrisa, se despidieron y el camino hacia la salida, con Greta siguiéndolo desde atrás, pensativa pero no especialmente. Rose estaba afectada por que se sentía culpable, claro, pero para los demás chicos no debía parecer algo más que un accidente que por suerte no había tenido complicaciones mayores. Lo que había sido, aunque Liam y Antonia Greengrass le habían asegurado que una exposición solo un poco mayor a la corriente eléctrica podría haber dejado daños más serios, incluso haber sido mortal. Para ellos no tenía la misma carga de terrible recordatorio de aniversario que tenia para todos los adultos, no solo para los más cercanos a Claude. Claro que Greta y los demás chicos no sabían que el accidente de Claude había coincidido con el aniversario, por que decirles la fecha exacta del inicio de la desgracia habría podido muy fácilmente desembocar en dejar al descubierto todas las mentiras que se habían obligado a contarles.

-¿Ha habido algún problema?

Había pasado como mínimo ocho horas en la habitación del hospital con Lara, así que realmente tenia algún sentido preguntar

-Ninguno, aunque Rose no está bien para nada…

-Eso me lo esperaba. Aunque parecía que la estabas ayudando bastante

-Eso espero.

-Tengo algunos libros de cuentas en Casa que tal vez te gustaría revisar…

Eso basto para poner una sonrisa en su cara

-Lo tengo bajo control- Le dijo con una sonrisa de suficiencia

Greta solo tenía catorce años, pero ya se notaba que había heredado aquel instinto para los negocios que había hecho que los Rosenblat amasaran su fortuna. El y Leonora, gemelos idénticos en casi todo, lo tenían. Aunque en su fallecido hermano mayor, Elyas, el padre de Claude, había heredado mucho del encanto familiar, se le daba mucho mejor gastar el dinero que producirlo, a aunque a nadie nunca se le ocurrió echárselo en cara, porque tenía el mucho más llamativo don de caer bien. A León eso le molestaba cuando el vivía, y durante su adolescencia había jugado el papel de oveja negra con todas sus fuerzas para distanciarse lo más posible de Elyas, ahora lamentaba en secreto esa rivalidad. Le hubiera gustado conocer un poco más a su hermano mayor.

Volviendo a Greta, no era el único rasgo de familia que había heredado. Tenía aquel cabello castaño cobrizo, que caía largo y suelto por su espalda, solo separado del flequillo por una diadema de tela escocesa, Y los ojos, de un color castaño extrañamente claro, parecido al palo de rosa. En él y en Leonora, mortalmente pálidos, aquel tono secundario no era notorio, en  Greta, de saludable piel color durazno, sobretodo en la luz rojiza de la tarde, como en ese momento, el color rosado debajo del avellana saltaba a la vista.

Si, ella jamás tendría complejos sobre su físico, incluso su rostro eran una mezcla agraciada de las facciones marcadamente judías, alargadas y aristocráticas de los Rosenblat y de las curvas suaves, las mejillas sonrosadas y los labios llenos de su madre, una McNamara de nacimiento. Tanto ella como el padre de Greta, su primo Jacob, habían muerto cuando ella tenía un año. Como tantos otros. De pronto, se acordó del hermano de su esposa, que también había venido con ellos

-¿Diego se fue antes?

-Salió a tomar aire apenas entramos, pero creo que sigue allí.

No se le escapada la leve ironía en sus palabras, Diego y Rose nunca se habían agradado en lo más mínimo, suponía que él las había dejado solas en un gesto hacia ella, como una pequeña tregua por las circunstancias. Su comportamiento era un constante dolor de cabeza, como si no tuviera muchísimas cosas más de las que preocuparse, pero en momentos así realmente se sentía satisfecho con el.

-Eh, ¡No me abandonen aquí!

El los alcanzo corriendo casi inmediatamente después de que salieran, con el cabello oscuro revuelto por el viento, que ese día nublado soplaba sin piedad, lo llevaba solo un poco más largo que León, apenas le llegaba a los hombros. Diego tenía diecisiete años. Era un chico atractivo, con el rostro clásico y bien equilibrado de su vieja sangre castellana, se parecía bastante a su tío Marcos, que también había muerto doce años atrás. Excepto en que el hermano menor de su esposa, la mayor parte del tiempo, parecía estar burlándose de algo. Con una excepción aquel día, claro. Su expresión era bastante parecida a la de Greta, más reflexiva que asustada o angustiada.

Le dedico una sonrisa floja, León recordaba haber sido su héroe cuando era pequeño, Diego le sacaba camisas y corbatas del armario y le decía que quería ser como él. Aunque últimamente la relación con él y con su hermana mayor dejaba bastante que desear. Pero al parecer la pequeña tregua que había establecido con Rose también se extendía hacia ellos, porque a pesar de que habían tenido una discusión bastante fuerte pocos días atrás, no parecía tener ningún deseo de continuarla.

-Pensé que nos quedaríamos hasta la noche. ¿Claude ha despertado?

-No, pero lo hará pronto. Lara necesitaba algo de espacio. Y además, si no me equivoco, ustedes ni siquiera han desayunado ¿no es así? –Greta le dirigió una mirada de reproche- Si llegamos pronto a casa podemos pedir algo de comida italiana a Hamleton, no enviarán nada después de que oscurezca.

Diego esbozo una sonrisa de satisfacción, estaba más que cómodo con el miedo que les tenían sus vecinos de Hamleton y Riverside. Como él a su edad. Cuantos errores.

-No he visto a Carolina desde ayer, estará en su oficina, supongo, pero todo esto no le ha sentado nada bien. Tal vez quieras ir a buscarla, yo puedo llevar a Greta a casa si me das las llaves del auto.-

Vaya, hasta parecía que tenía ganas de cooperar. O de tomar prestado el auto para más que un viaje de regreso a casa. Pero, imperdonablemente, no había pensado en su esposa ni un segundo desde el accidente de Claude, Y evidentemente, a Carolina también tendría que haberle afectado de alguna manera. Lo miro a él y después a Greta a los ojos

-Si va a cualquier lugar distinto a casa…

Ella le dedico una sonrisa idéntica a la anterior, su sonrisa “de negocios”, la misma de él y Leonora

– Te lo diré inmediatamente

Diego la miro con sincero fastidio, aunque no habría sabido decir si era solo por su poca lealtad, más que por algún plan frustrado. Se despidió brevemente de ambos y le pasó a Diego las llaves del Mercedes negro no sin cierta aprehensión, lo había comprado hacia poco, pero por suerte entre los muchos defectos de Diego no se encontraba el ser un mal conductor. Por suerte.

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El de hacia dos días había parecido un asunto fácil, servido en bandeja, en realidad. Y el resultado era importante, conseguir uno de los escasos ejemplares del Libro, aquel libro en cuyo contenido se había basado el sentido de toda la vida de la que tenia memoria. O en lo que otros recordaban de su contenido, porque la ultima copia de la que disponían había sido destruida muchos años atrás. Y ahora gracias a una de sus mejores fuentes respecto a Uncanny Valley, tenían uno de los ejemplares originales, con mucha información propia y única que seguramente no aparecía en el de ellos, a su total disposición. Solo había que ir y tomarlo Su primer trabajo en aquel pueblecito de niños mimados consistía exactamente en eso.

No fue demasiado difícil encontrar la casa, aunque acercarse por el bosque había entorpecido un poco el camino, pero de todas maneras, no le convenía ser vita en el pueblo antes de su mudanza oficial. El jardín abandonado de la casa Blackwood, con sus columnas romanas y fuentes secas le había provocado aun más desprecio del que le provocaba su nueva vivienda. Aunque no se quedo mucho rato observando las pretensiones cubiertas de malas hierbas, por lo que entro directamente adentro de la casa, La informante sabia que el libro estaba en la casa, perfectamente ubicable, ya fuera en el ático o en el sótano.

Queriendo perder el menor tiempo posible, se adentro en la polvorienta vivienda, dándose el tiempo justo para tomar nota del interior, encontró la entrada al ático donde estas solían encontrarse en aquellas casas antiguas, en una puerta debajo de la escalera principal. De una mochila donde llevaba lo que había considerado indispensable para el trabajo, saco una lámpara de mano, alumbrándose así el camino en la oscuridad más cerrada. Dedico a conciencia una media hora recorrerlo, pero solo era un trastero de antigüedades desastradas por el polvo y la humedad, animales disecados, viejos tapices y cuadros, un globo terráqueo del tamaño de un elefante bebe, suficientes corsés, enaguas y vestidos apolillados como para vestir al elenco de alguna obra de teatro cursi y aburrida, bastantes libros, también pero ninguno era el que buscaba. No, tenía que estar en el ático Al menos tendría una mejor iluminación para buscar, desde afuera había podido observar un tragaluz con los vidrios rotos entre el tejado plagado de nidos y hierbajos.

El niño había sido un fastidio terrible, la sorprendió no haberse dado cuenta de los ruidos, que obviamente cualquier mínimo peso tendría que haber producido sobre la madera podrida, pero por otra parte ella misma  había movido cosas, hecho ruidos y además estado demasiado ocupada como para escuchar nada. El pasamontañas, en un principio había parecido una precaución excesiva, pero al final lo había empacado, recordando que las casas abandonadas siempre solían tener visitantes inesperados y que, si quería hacer el resto de su trabajo en el pueblucho, mucho más importante que conseguir un libro polvoriento, cualquier precaución era poca. De todas maneras, deshacerse de el había sido bastante fácil. Sabia usar armas de fuego y de todo tipo, pero la única precaución que había considerado necesaria en la finca abandonada había sido la macana eléctrica. Había sido más que suficiente.

Si, el pasamontañas había sido una buena decisión, si hubiera visto su cara se habría visto obligada a matarlo, lo que sería un inconveniente mayor. Claro, dejarlo allí tirado, inconsciente, iba a ser un inconveniente también, pero no había otra opción. Además de que, en cierto modo, oportuno, puesto que sabía que necesitara sangre para acceder al libro, y no la de ella o la de cualquier incauto al que pudiera sacarle algo con una lanceta, tenía algo de aquella sangre, la que servía, en un tubo de ensayo, entre un pequeño termo helado adentro de su mochila, pero también la lanceta, de todas maneras. Algo un poco mas fresco tampoco estaba de sobra. “El mal arde en llamas verdes”, si. Pues estaba a punto de comprobarlo.

Dejó al niño inconsciente donde había caído y subió con rapidez, sin importarle ya el ruido que hacían sus botas militares, la entrada al ático, una trampilla de la que salen escaleras retractiles, seguramente hace años que nadie se molesta en cerrarla. El tragaluz roto deja entrar agua, pero le proporciona luz suficiente como para no tardar demasiado tiempo buscando, no hay ningún libro a la vista, pero pronto encuentra una caja con un inscripción que reconoce, no hay necesidad de repetírsela de nuevo. La caja cuelga de la pared, sostenida por algo que parece una lámpara de aceite, sabe lo que tiene que hacer, descarga el contenido de su lanceta, con la sangre del niño idiota del piso de abajo y esta se enciende en un fuego verde esmeralda, abriendo la caja.

Pero esta vacía.

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León se dirige a pie hasta la casa de los Del Valle, a pocos minutos del hospital, desde que se casaron, están instalados en la suya, la de los Rosenblat, justo en el punto medio entre los cascos Norte y Sur. Trata de pensar en trivialidades, no es conveniente seguir en el estado de ánimo en el que ha estado sumergido los dos días anteriores, trata de hacer una lista de pendientes en su cabeza. Llamar a Daniela. Conducir para disculparse por no asistir al servicio a la sinagoga donde suele ir todos los sábados con su hermana y Greta, además de Claude, aunque para la ley mas inflexible el no pueda ser considerado judío. Aunque claro, las dos horas de ida y las dos de vuelta pueden esperar un par de días o incluso hasta el sábado siguiente. Tiene que volver a pensar su opinión sobre la decisión que se discutirá (¿Se discutirá? ¿Se informará?) en el ayuntamiento exactamente una semana después, el Lunes, una semana antes de que las clases comenzaran de nuevo. Pero eso lo vuelve a llevar a Claude y a sus malas decisiones, as que vuelve a pensar en colegiaturas y suscripciones a diarios.

Se cruza con más de un par de gatos en su camino, la colonia de gatos callejeros seria un autentico problema en Uncanny Valley, sobre todo en el casco sur, lleno de negocio y comida fácil, si a alguien le importara. Oh, el gato de Carolina no habrá comido en dos días. Confía en que Greta se acuerde de eso

Y, de pronto, ya se encuentra frente a la casa de los Del Valle, una mansión de paredes blancas y patios de baldosa roja con un estilo que no suele verse en la costa este, ese estilo español que a veces erróneamente se denomina “Californiano”, aunque es cierto que es más adecuado para esa parte del país, de techos altos, pocas habitaciones, pero grandes y diseñada mas para el clima sevillano en el que habían crecido sus constructores, en Verano estaba muy bien, habían pasado casi todo el tiempo allí, pero en Invierno era increíblemente fría. Antes de que tenga tiempo de meter la llave del viejo Volvo que había sido su primer auto, estacionado frente a la casa, lo sorprende ver que tiene vecinos.

La casa de al lado había sido construida en el 45 por uno de los hermanos McNamara, el segundo, para mudarse allí con su esposa, ya que la casa familiar siempre quedaba para el hermano mayor. Veinte años atrás, había quedado desocupada cuando la viuda de este, ya anciana, había decidido regresar al casco norte con su familia, los Breckenridge. Abigail Cámara, de quien no había sabido nada en diez años y presumiblemente también estaba muerta, había vivido unos años allí, pero desde que ella se había ido, nadie excepto Cara Donovan, para agregarla al gran listado de casas vacías, había puesto un pie dentro.

Pero allí esta, una chica saliendo de la casa de Abigail, dándole vueltas a una llave sobre la cerradura para dejar la puerta bien cerrada, Leon no puede dejar de mirarla, evaluándola. Es rubia, pero no puede ser la sobrina de Damien, porque ellos le han comprado a el mismo la casa a la que se mudaran, en el casco Norte. Ademas, el color del cabello es demasiado claro, pero no como los Greengrass o los Van der Graff, se trata simplemente un color rubio anodino, vulgar.

No es excesivamente agraciada, pero no es fea, no. Si no fuera porque acaba de verla saliendo de la casa, diría que es una nueva rica de Hamleton, su ropa se ve costosa, Greta también tiene esas zapatillas de Ferragamo y ha visto en alguna tienda el vestido floreado que lleva, pero no parece c0moda con ellos, camina como con una disfraz de halloween, se ve como el tipo de chica que es feliz con jeans y camisas de tirantes. Le dirige la palabra, intrigado

-¿Nueva por aquí?

Ella voltea con los ojos solo levemente demasiado abiertos, pero se recompone de inmediato y sonrie

-Desde el día de hoy

Seguro ha sido el último en enterarse, debido a su falta de disponibilidad los últimos días, Cara hace invariablemente hace correr la voz cada vez que llega una nueva familia. Ha sido distinto con la prima de Damien, por que el que ella sea una Ackerley hace a su familia, al menos desde el punto de vista del trato social, gente de Uncanny Valley. La mira, con amable curiosidad

-¿Tienes padres, encanto?

– Trabajan en casa, son escritores. No les gusta mucho dejarse ver

Seguramente autores de Best-sellers, piensa, por que el costo de su ropa no se corresponde con sus modales, tampoco. D eotdas maneras, le parece agradable. El y Carolina pueden tener arrebatos clasistas en ocasiones, pero en realidad trata de no juzgar a la gente, aunque probablemente sus compañeros del colegio no harán lo mismo. Su esposa ha tratado de cambiar las cosas como directora, pero en ese sentido es inútil. De todas maneras, le pedirá a Carolina que le eche un ojo.

-Entiendo… ¿Planeas entrar al Trinity?-

Ella se encoje de hombros, es muy delgada y bastante pequeña, ¿Cuántos años tendrá? Parece de la edad de Greta

-Supongo… no me haría gracia la idea de hacer una hora camino a la escuela todas las mañanas.

Ella le sonríe. Parece amable. Vaya, es una pena que haya elegido ese lugar, la gente que se muda no suele durar en el pueblo mas de dos o tres años. Frecuentemente no se van en el mismo número en el que llegan.

-Pues bienvenida al pueblo… -arquea una ceja, preguntándole su nombre

-Margaret. Maggie –vuelve a sonreír

-León Rosenblat, para servirte. Que tengas suerte- le desea, sabiendo que es en vano. Su respuesta lo sorprende

-Lo mismo digo- dice, con un guiño de ironía en la voz, con los ojos de color azul frio mirándolo fijamente

León se ríe de buena gana y se despide de ella, con mejor humor del que tenía hace unos momentos. Se mete en el volvo y toma rumbo al Trinity, todavía le preocupa bastante Carolina.

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Espera a que el auto este lejos para sonreír, complacida. Probablemente su nuevo vecino piense en ella con cierta lastima, le han dicho como tratan los chicos de Uncanny Valley a los nuevos, pero aunque no se hubieran dicho ella se lo imaginaria, no se podría esperar nada bueno de ellos, niños o adultos .Por muy amable que sea, con el judío pasa lo mismo que con la Agente de Bienes Raíces.

Casi ha conseguido evaporar la rabia de que alguien se le adelantara camino el libro. No era el único escondite del que tiene noticia, aunque sí el más accesible. Luego buscara lo otros. Pero lo que importa es que ahora esta allí, entre ellos. Y no sospechan, la miran con desprecio o con lastima. Suelta una carcajada, segura de que nadie puede oírla. Oh, no saben lo que les espera.

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No había encontrado a Carolina en su oficina en la dirección del Trinity, pero su secretaria, que estaba de salida, ya era la hora en la que los trabajadores volvían a Riverside y a Hamleton, le dijo que llevaría unos cuarenta minutos fuera. No estaba en su casa, tampoco en la de él, había llamado a Diego para comprobarlo. No fue difícil adivinar a donde había ido

Condujo la media hora de regreso, el Trinity estaba apartado por unos cuantos kilómetros del pueblo, tan solo un siglo atrás era un internado. Siente que ha desperdiciado una hora de su vida, así que se apresura a llegar a Santa Cecilia. El interior no le es desconocido, unas pocas veces ha acompañado a Carolina al servicio de los domingos, por curiosidad ,algunas, las primeras, y las ultimas por solidaridad. La construcción gótica, espaciosa e incluso gloriosa en cierto sentido, con sus frescos al estilo de Miguel Angel, sus vitrales y sus miles de velas siempre encendidas, se encuentra casi vacía.

La ve, la única cabeza entre las doce filas de bancos, de cabello oscuro. Se ha sentado en la segunda fila, no se mueve, Leon no quiere interrumpir antes de tiempo el dialogo de su esposa con su dios, de manera que se acerca en silencio, dándose tiempo para mirar las escenas bíblicas que componen los vitrales, brillantes a la ultima luz del sol de la tarde, que tiñe de naranja unas paredes cuyo color natural es el sepia. Mira a los Santos, cuyos nombres no conoce, quietos y muertos desde sus estantes, varios metros por encima de él. Forman una verdadera multitud, y sus ropas de nobles renacentistas, ajadas resienten la atención que se les daba una década atrás. Pero las mujeres del casco Sur, muchas menos que hace una década, no se han tardado para casarse, y las pocas que se han quedado a vestir santos tienen muy poca vocación y cosas más importantes que hacer. Así que los santos se quedan esperando, acumulando mas polvo.

Finalmente, llega junto a Carolina, se sienta a su lado, ella no parece sorprendida. Sigue mirando hacia el altar, con una expresión indescifrable en sus ojos verdes, que el cree conocer tan bien. Se da el tiempo de relajarse por primera vez en esos dos días. Tal vez Lara fuera sorprendente, pero a su opinión, no hay una mujer que sea más hermosa que Carolina El sol naranja también se refleja en su piel, de ese suave tono moreno cuya denominación a ella siempre le ha parecido ridícula “¿Aceitunado? Amor, las aceitunas son verdes”. Su rostro, cuadrado aunque de líneas femeninas, también es difícil de leer. Suspira y se apoya en el un rato, finalmente habla.

-Demasiados recuerdos, ¿no?

-Más de los que pensé que pudiera soportar

Ella sigue mirando al altar, al Cristo de madera, como a un viejo conocido que ha cambiado en el tiempo que han pasado separados. Carolina no reza en voz alta, como se supone que los católicos hacen, no guarda un misal en casa, no pone especial interes en convencer a nadie, aunque dirige un colegio católico, se caso con un judío practicante y aun así, León cree que no conoce una persona con una relación más cercana a su dios. Aunque sospecha que es una relación complicada. Ella sonríe, todavía mirando al frente

– Siempre me sorprende que se sienta así

Sabía muy bien a que se refería

– ¿Fresco? Si, sorprende. Como el primer día.

– Debería ser un consuelo que sean solo recuerdos, ¿no es así? De cualquier manera, nuestros malos recuerdos no son lo importante…

El la corta, tenso

-Por suerte

-Claro. Pero de todas maneras, lo importante no es eso. Dime ¿Cómo esta Claude? Catherine me dijo que ya estaba fuera de peligro.

La hermana del médico, claro. También era una de las intimas de Carolina, León sintió que el pecho se le desinflaba antes de poder contestar. También soltó un suspiro, ella se volteo hacia él y paso una mano por su cabello, gesto que el imito. Desde que habia sido nombrada directora, lo llevaba corto, apenas más largo que el de él.

-Supongo que ahora ya habrá despertado. Tal vez tengamos que volver por el, supongo que Lara tendra muchas cosas en las que pensar.

Carolina asintió levemente con la cabeza. Su cuñada era terca, pero no irracional, y si el mismo encontraba la culpabilidad por el accidente de Claude abrumadora, para Lara seria difícil de soportar. Y probablemente hubiera cambios, pero solo ella podía decidir cuales

-Supongo que su sistema no ha sido el mejor, pero la entiendo, León. Más de lo que me gustaría.

Le costaba trabajo creer que Carolina también se sintiera culpable por Claude, ya que ella trataba de no meterse en lo que siempre había considerado terreno ajeno, y con Diego, Daniela, Greta e incluso su ahijado, Hanzel, a quienes en resumidas cuentas ellos dos habían criado, las cosas habían sido muy distintas.

-Nosotros no hemos sido así

-No hemos sido padres

-Creo que nos merecemos ese título, aunque sea honorario ¿no lo crees?

Y al menos en su opinión, se lo habían ganado a pulso. El no era el único que había sido un adolescente rebelde, y poco tiempo después de casarse, Carolina y el habían planeado irse de Uncanny Valley, conocer el mundo, no acabar siendo unos huesos viejos, cuadrados y venenosos, como veían a sus padres.

Pero las cosas habían cambiado violentamente, en cinco noches, exactamente, habían pasado de ser una pareja joven, liberada y sin intención de tener hijos a un matrimonio asustado, dolido, furioso y con cinco niños pequeños a los que no podían defraudar. Habían descubierto un férreo sentido del deber que no sabían que tenían, fueron de los primeros en levantarse, en volver a sus casas y comenzar a reconstruir un mundo que se había caído en pedazos. Y en opinión de todos, lo habían hecho bastante bien. Los adolescentes eran algo distinto a los niños pequeños, y el seguía sintiéndose capaz, Carolina no necesitaba preguntárselo, con la dirección del Trinity, en cierta forma también se hacía cargo de todos los niños de Uncanny Valley, de todos los hijos de los muertos. Así que tampoco era eso. Lo interrumpió para dejarlo sin palabras

-En ocho meses, ya no será un título honorario.

Sus palabras parecieron golpearla a ella misma casi tanto como a él , por que de inmediato se llevo las manos a la frente sin dejar de hablar, mirando de nuevo al frente, palabras que hacían que un escalofrió recorriera su espalda

-Tampoco les importaron los niños, recuérdalo, León. Ni los más pequeños, ellos tampoco estaban seguros, León. ¿Lo recuerdas? ¿Lo recuerdas?

Se obligo a mantenerse fuerte, normalmente era el que se caía y Carolina la que lo ayudaba a levantarse, siempre era así. Peor tenia que estar allí para ella, aunque no terminara de creerse lo que había oído. Y lo que decía era verdad, Greta había tenido dos hermanos mayores, de tres y cinco años en el momento en que…

Se obligó a borrar ese pensamiento y respirar hondo, besando a Carolina suavemente en los labios y después apoyando una mano en su hombro, mientras ella lo miraba a los ojos, también forzándose a si misma a respirar

-Es otro mal recuerdo, Carolina – le dijo, con un hilo de voz, casi en un susurro- No pasara de nuevo, jamás volverán, no pueden ¿recuerdas? Los matamos a todos. A todos, Carolina, a todos.

Suspiro, tratando de retener su mente en el presente, en los ojos de Carolina, que dio una larga exhalación y después volvió a levantar la cabeza, mirando de nuevo al Cristo del altar. Ahora ella ponía la mano en su hombro, como siempre.

-Sí, los matamos a todos.
*****
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Notas 1-3

Bueno, como ya le he copiado en bastantes cosas a Martin, ¿por que no una mas? Ademas, es bastante agradable compartir pequeñas tonterias acerca de los capitulos, algo asi como un detras de camaras ¿no? bueno, no. Peor em emociona, para que les digo. Asi que alli vamos

  • El titulo de la historia

Uncanny Valley, ademas de sonar a combrecito cursilon de pueblo paleto, es un curiosos efecto psicologico, que no describo a detalle por que talvezsitalvezno pueda ser un spoiler. Si les interesa mucho, googleenlo 🙂

  • El dichoso conjuntito azul

La excusa para la pelea de Hannah y Rose existe y es de la coleccion primavera-verano 2o12 de Tory Burch, si a alguien le interesa y le sobran unos quinientos dolares…

http://www.vogue.es/desfiles/tory-burch-primavera-verano-2012/6680/galeria/12413/image/531096

  • Los nombres de los capítulos

Probablemente casi todos reconozcan el de el primero Highway to Hell, por la canción de AC/DC, y el por que es bastante obvio. Y obviamente, si no sabias, te recomiendo la canción. El segundo, Two Little Girls in Blue, es el titulo de un libro de Mary Higginc Clark, la reina del suspense norteamericana, se los recomiendo mucho, tambien, como todo lo de ella . Podría haber sido de cualquier color, pero quise hacerle un homenaje, lo merece.

  • Los rostros de los personajes

Se que a mucha gente le gusta poner actores o modelos o lo que sea como rostros de sus personajes para ayudar a los lectores a imaginarlos. Yo no siento que sea muy necesario como lector, pero al escribir me ayuda mucho, al menos con los mas importantes. Por lo pronto, les dejo a los «protagonistas» de los capítulos publicados hasta ahora.

Hannah (Y otro personaje, adivinen quien) es Sasha Pieterse, tal vez con el pelo mas oscuro

Rose seria Emma Roberts, al menos es la actriz mas parecida que logro imaginar.

Y tantantantan aca va el Guapote, sin Emilia y sus gustos musicales realmente no habria podido pensar en alguien parecido al Zacharias que tenia en mente, Alex Evans

 

¿No es bello? Claro que no se si trece años sera creíble ¿ustedes que opinan?   Y, last but not least

  • Dedicatorias

El primero va para Guiddo por ser el primer fan. Y a Martin por ser beta de algunos proyectos antes de este, por siempre estar dispuesto a escuchar tonerias y por dejarme copiar su formato.

El segundo para Jim por ser buena y adorable, ademas de a Jaz por leerme. Y a Fede por los Comments sesudos y por querer a Rose (Por no contestar en facebook, no)

El tercero, única y exclusivamente a Emilia por la razón antes mencionada, ademas de que me cae bien, simple y llanamente.

Como en la historia de Martin, me pueden pedir dedicatorias por sus cumpleaños y asi,y con mucho  gusto. Hasta el proximo viernes, chau!

PD: Alguien que use wordpress me dice como poner los enlaces asi, bonitos? como una palabra en azulito y ya. Yo ni idea.

03- Raise Ravens

Era bastante tarde, ya. El sol se había puesto hacia bastante tiempo, y tímidas gotas de lluvia golpeaban contra el cristal de un cuarto mal iluminado por la luz amarilla de de un lámpara de mesa mas decorativa que funcional. La luz jugaba en sombras extrañas sobre las caras pálidas de los dos niños que observaban por la ventana y era absorbida por sus cabellos negros, tan oscuros que la debil luz no podía sacarles ni el más pequeño reflejo.

Zacharias Donovan, Zach, entornaba los ojos, tratando de distinguir algo en la acera, tres pisos por debajo del,  sin muchos resultados. Los helechos, que se multiplicaban con rapidez y perseverancia asiáticas, cubrían una buena parte de la vista, del resto se encargaban el sauce del jardín, el agua y la oscuridad. Claude debería haber llegado ya. Había visto a casi todos sus compañeros de curso aquel verano, la gente de Uncanny Valley no era demasiado original eligiendo lugares para vacacionar, casi siempre elegían los mismos hoteles, en las mismas ciudades y con alarmante frecuencia, al mismo tiempo. De todas maneras, Zach no era el tipo de persona que a la gente le agrada encontrarse por casualidad. Y se sentía bastante  cómodo con eso, incomodar e inquietar a la gente era algo que se le daba francamente bien y ¿Para qué se desperdicia un talento natural?. Aunque con Claude era diferente. Por alguna razón, no encontraba ninguna satisfacción en molestar al chico Poisset, como le decía su tío Ben, aunque su apellido en realidad fuera Rosenblat.

Y, ya que por algún motivo no había terminado por apartarse, ni el por apartarlo, con el tiempo se podía contar entre las poquísimas personas de su edad que Zach consideraba cercanas, además, claro, de Emily, su hermana, que se encontraba justo al lado de él en aquel momento, también sentada sobre el marco desproporcionado de la ventana, contemplando su reflejo completamente abstraída. Si, Emily tenía una autoestima bastante saludable.

Se estiró, somnoliento y dejó escapar un pequeño ruidito de resignación, después de las vacaciones siempre le costaba volver a asimilar lo aburrido que aquel pueblo era. Cumpliría catorce dentro de unos meses, tal vez una pequeña fiesta era lo que le faltaba al pueblo para ser un poco más divertido. Aunque probablemente su definición de «divertido» no era la misma que la de la mayoría de sus vecinos. Como si le leyera el pensamiento, Emily aparto la vista de su reflejo en el cristal y volteo hacia el

– Es difícil volver.

El asintió, comprensivo

-No tan difícil como aburrido.

Ella bajo la mirada, pensativa

-No, sabes lo que quiero decir.

Y si, sabía, al volver  el aire era distinto. Después de un tiempo fuera, la pesadez del ambiente del pueblo se sentía en la piel. Ella se quedo callada un segundo, antes de pasar a otro tema

-Probablemente Claude se aburra más…

Aquello era un consuelo más bien pobre, pero un consuelo al fin y al cabo

-¿Crees que siquiera haya salido del pueblo? No lo dejan ir a la escuela solo…

Emily sonrió ligeramente, con la clase de sonrisa que los hacía lucir aun más parecidos

-Dicen que su madre está loca. No sale nunca de su casa, dicen que a veces habla sola…

Zach le da un guiño, con complicidad, aunque no le gustaba tocar ese tipo de  temas. En realidad, si,  le encanta, pero no  en lo referente a Claude

-Tía Cara dice que solo tiene miedo. Que cree que la Epidemia puede volver. -se quedo callado un segundo, para después sonreír de par en par- Pero si, esta como una cabra

Se ríen, pero después se quedan callados un segundo, algo arrepentidos. Con la Epidemia no se bromea.

Podrían haber sido gemelos si Emily no fuera un año menor que él, ambos tenían la piel nívea, el cabello negro cuervo y las facciones afiladas que caracterizaban a los Donovan. Emily era realmente diminuta, a los doce años, podía muy creíblemente fingir siete. Y, viendo a su tío Ben y las viejas fotos de su padre, Zach sabía que él nunca sería muy alto.  La única diferencia visible, además de que la cara de Emily, por su edad, era ligeramente más ovalada, eran los ojos. Los de Zach eran grises, como los de su padre y sus tíos, los de Emily, seguramente por algún lejano antepasado Van Der Graff, eran de color azul violeta. O no tan lejano, Uncanny Valley era tan pequeño que si se le hubiera dado la gana, podría haber llamado «primos» a la mayor parte de sus habitantes. Su tío Benjamin, por ese tema, se había casado con una Van Der Graff

-Tal vez no le ha dejado venir- Dice Emily, retomando tímidamente la conversación.

El suspira, fastidiado, es lo más probable. Y le parece más estupidez que locura. La Epidemia era una enfermedad, no estaría mas seguro en su casa que con ellos. Y él se aburría.  Además, la Epidemia no iba a regresar. No.

No se da cuenta del silencio total en el que estaban hasta que puede escuchar la cerradura de la puerta principal, oxidada y chirriante y pasos de varios pies, mas de los acostumbrados, sobre la también chirriante madera del piso del recibidor. Tiene que ser Cara, por que el ruido es el de zapatos de mujer, al menos uno de ellos, y las visitas de Benjamin han ido espaciándose los últimos meses, una a esa hora es casi impensable. Si, es Cara, la voz aguda y algo ronca que sube desde el primer piso se lo confirma

-¡Zach, Emily! ¡Bajen a saludar!

A diferencia de la mayor parte de los chicos que conocen, los tíos de Zach y Emily jamás les piden que bajen a saludar, ni que se queden abajo y hagan la plática cuando hay visitas, ni vigilan con especial interés el cómo se visten ni el cómo actúan en la mesa. Al menos con eso último han aprendido con el ejemplo. En fin, la falta de experiencia se deja ver en la manera forzada en la que los llama, no es elegante y natural, con el tono de dialogo televisivo que pueden conseguir Ingrid Van Der Graff (De soltera Greengrass) o Leonora Rosenblat, por ejemplo. Bajan, de todas maneras, sintiendo curiosidad por el cambio de actitud. ¿Quien será tan importante?

Y por eso mismo, lo que encuentran al bajar les parece un poco decepcionante.  Como siempre, su tía, que de verdad necesita los pocos centímetros que le regalan sus zapatos, Cara tiene el mismo color de ojos y cabello de su sobrino, y ni el maquillaje suave, ni sus cursis atuendos de ama de casa de Stepford, demasiado para sus recientes treinta años, logran disimular completamente su verdadero carácter. A Cara también le gusta incomodar a la gente, pero siendo la única agente inmobiliaria del pueblo, es algo que no puede permitirse tan seguido como Zach, aunque tan poca gente se muda a Uncanny Valley, que, como dice ella, si trabajara para vivir, habrían muerto de hambre hacía mucho tiempo.

Pero junto a ella no está el alcalde, ni su esposa. Ni siquiera nadie que conozcan. Junto a ella solo hay un chico que no será mucho mayor que Zach, de cabello cenizo y ojos azules, quizá algo atractivo, aunque es difícil verlo bajo la expresión ratonil de su rostro

-Emily, Zach, el es Henry, el sobrino del jefe Ackerley. Acaba de mudarse aquí, y ya que serán compañeros en el Trinity, he pensado que tal vez sería bueno que se conocieran. ¿Qué tal?

Claro, viendo el color del cabello y los ojos tendría que haberse dado cuenta a primera vista, pero aunque incluso tiene ese ilógico bronceado natural, tan característico de esa familia, su rostro no recuerda para nada al Jefe Ackerley, a su hermana, ni a sus hijos, que, por cierto eran unos simplones del tipo más patético. Por otro lado, es una muestra más de la personalidad de Cara, que si se fijara un poco más en los hijos de su fallecido hermano mayor, se daría cuenta de que el sobrino del jefe Ackerley va a pasar un mal rato. O tal vez si que se da cuenta. Con ella nunca se puede saber, piensa Zach. De todas maneras, Emily se le adelanta y saluda al tal Henry con dos besos en las mejillas, sonriente. Sin ella ¿Que sería de sus relaciones publicas? Sabe caer bien, y esta no es la excepción

Superada un poco la timidez inicial, Henry le ofrece su mano, solo con un poco de desconfianza.  la mano de el chico esta helada, pero él la aprieta y sonríe, mostrando los dientes. El chico hace un gesto de extraña incomprensión, que junto con su cara de ratón y su actitud reservada, le recuerda a los alienígenas de esa serie vieja, ¿cómo se llamaba? Ah, si, claro, si hasta venia al caso. En su mente, el sobrino del jefe ha pasado a ser «El Visitante»

Cara sonríe, pensando que ha tenido éxito. Después voltea hacia las escaleras.

-¿Por qué no le muestras tu cuarto, Zach? -se dirige a Henry- No creo que tu tío y tus padres tarden mucho en alcanzarnos, pero seguramente los aburrirá una charla de ancianos, no lo crees? –

A Zach toda esa actitud de anciana azucarada nunca le ha parecido creíble, pero el  rubio Visitante se  lo traga, y asiente antes de voltear hacia ellos, mas a Emily que a él. Los hermanos asienten de vuelta y dirigiéndole una última mirada a su tía, comienzan a subir las escaleras, bastantes, porque la casa de los Donovan, a pesar de no ocupar el mismo espacio escandaloso que la mayor parte de las casa del lado norte, o mejor dicho, en compensación, tiene más pisos de los razonablemente  recomendables, además de decenas de torreones, desniveles, terrazas y cuartos añadidos a último minuto. La verdad, es bueno que los helechos la cubran, Zach tiene que admitir que la pobre está un poco deforme.

Cuando al fin vuelven a su cuarto, lejos de Cara, Zach toma el control. Le indica al Visitante que se siente en la cama y el se apoya en el marco de la puerta, con esa sonrisa que a nadie le agrada. Emily lo ve y rueda los ojos, sentándose al lado del niño nuevo del pueblo

-¿Sobrino, entonces? Raro, no recordaba que el jefe Ackerley tuviera más hermanos…  -Lo pregunta en tono casual, pero resulta obvio que ha comenzado un interrogatorio

-¿Quien? Oh, Damien. Mi madre es prima suya, en realidad.-

-Entonces, primo segundo…-El asiente, se imaginaba algo así, de todas maneras. Se escucha otro auto aparcar, varios pisos abajo ¿Donde está Claude? Como sea. -Y… ¿Por qué se han mudado aquí? ¿Recuerdos?-, sugiere con ironía.

El otro no parece entenderlo, y ya comienza a verse algo molesto, le da una mirada de abierto fastidio. Es más divertido así. 

-A mis padres los agobiaba Nueva York. Así que supongo que por eso han querido mudarse al lugar más aburrido del planeta. Porque tú evidentemente te aburres bastante.

-Que te digo, la gente aburrida te abure. Y si además son tan poca cosa, es un logro no quedarme dormido

El Visitante ladeo ligeramente la cabeza

-Probablemente no te quedes dormido si te dejo un ojo morado.

Levanta una ceja, el otro lo mira con cierto reto implícito, pero en el tono de sus palabras no hay la misma bravuconería imbécil que en su contenido. Hay bastante hostilidad, si, pero la impresión que Zach se lleva es simplemente que desea mantener la distancia. Aburrido.

-Probablemente, si. ¿Probamos?

Su sonrisa, perfectamente amistosa, parece desconcertarlo por un segundo, después rueda los ojos y se lleva una mano a la sien, va a decir algo, pero Emily lo para, sacando algo de una mochila bastante anodina que el Visitante lleva colgando de un hombo y tomándolo entre sus manos, con interés.  Una video consola. Hnery sube en la escala de lo patético por segundos. Los impulsos pueriles de su hermana siempre logran sacarle una sonrisa, pero ahora Emily acababa de arruinar un momento con potencial de ser divertido

-Oh, nosotros teníamos una de estas, no sé donde este, ahora. Creo que la rompí…

Su pequeño arrebato distrajo totalmente la atención de Henry, que parecía aliviado de tener esa conversación en vez de seguir por la senda por la que lo llevaba Zach. Viéndolo bien, era bastante más alto que el. Y la fuerza física nunca había sido su fuerte. Pensándolo bien, como siempre, tendría que agradecerle a Emily su brusco cambio de tema.

Sin ella probablemente dispondría de bastantes dientes menos. A su manera, más sutil, continuo el pequeño juego que Zach había empezado. Después de todo, uno nunca podía cuidarse demasiado con un extraño en casa.

-Entonces ¿Te gustan estos? ¿Cuato tiempo llevas jugando? Oh, mira cumplimos años el mismo mes… ¿Entonces tu mama vivia aqui? Ah, ¿no?

Cerró los ojos un minuto y dejo que la adorable cháchara infantil de su hermana se perdiera en un rincón alejado de su mente. Aun se oían los leves golpecitos de las gotas de lluvia contra el cristal. Abajo, las limpias acera estaban cubiertas de agua, que con la poca luz de la noche adquiría un brillo extraño. Salpicando agua hacia los helechos, se estacionó frente a la casa, junto a la patrulla de la policía del pueblo, un auto que Zach conocía muy bien, el sedan azul indigo que usan en el Emporio, propiedad de la familia de Claude. Sonríe, el chico nuevo ha probado no ser una compañía demasiado interesante. Al menos no para él, porque Emily parece encantada. Pero a Emily le encanta todo.

Sigue entornando los ojos, para ver bien a quien sale del auto, pero no hay rastro de Claude, solo la estirada Leonora Rosenblat, que apresura sus estiradas piernas a entrar a la casa. No puede culparla a ella de su aburrimiento, pero si puede hacer algo por minimizarlo lo más posible. Porque también ha reconocido el auto estacionado junto a la patrulla, un mini cooper rojo que le pertenece a  Violet Van Der Graff, la esposa de su tío Ben. Al parecer se ha montado una pequeña reunión. Qué lindo. Las conversaciones de los mayores suelen ser tan aburridas como ellos las describen, pero nadad puede ser peor que escuchar a esos dos hablar sobre museos. Su hermana y Henry el Visitante, que al parecer no se apellida  Ackerley sino Atherton, apenas parecen darse cuenta de nada cuando el se escabulle por el pasillo y comienza a bajar las escaleras en silencio.

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Claude no estaba acostumbrado a recorrer las calles solo, ni siquiera el casco norte, su hogar. De todas maneras, confiaba en poder encontrar una casa en la que habia estado tantas veces. Ademas, todos decian que era un pueblo pequeño, ¿o no? Ademas, aunque sonara tonto, le emocionaba hacer las cosas por si mismo. Zach se reiría de eso. A pocos minutos de su casa, reconocio una de las mansiones abandonadas.  Por la valla rota de su jardin hay un atajo, no recuerdaba muy bien a donde, pero lo habian dejado salir solo por una vez. lo podrian esperar.

Salta la valla y aterriza en un jardin horriblemente descuidado ¿Cuanto tiempo llevara abandonada aquella casa? un siglo, al menos. Al avanzar un poco por el pasto, mas alto que el, puede notar que el jardin abandonado da a una parte del bosque que no conoce, un par de metros limpios, talados, antes del bosque propiamente dicho. Asomándose un poco mas, puede ver que no, definitivamente no es el camino a casa de los Donovan.

Se aleja de la espesura negra, amenazante y quieta, ni siquiera sopla el vento para mover las ramas de los arboles. El sonido de sus pies, que hace crujir las ramitas y hojas ssecas del piso, lo hace darse cuenta del silencio mortal que hay en el jardin, que parece tan muerto como la casa a la que pertenece. Trata de avanzar un poco mas, sintiendo una corriente helada en su espalda  con cada pequeño sonido que producen sus pies.  También ha oscurecido, ya y pronto comenzara a llover.

Trata de volver, pero al parecer ya ha avanzado demasiado, se ha adentrado en el bosque y todos los caminos le parecen iguales ¿Como ha conseguido perderse tanto? Cuando comienza a llover solo da media vuelta y corre, no importa a donde, se cae un par de veces, pero se levanta al instante, comienzan a escucharse los primeros sonidos del bosque, producidos por el agua. Al final, vuelve a encontrar la casa. No se lo piensa y entra, la lluvia lo ha calado hasta los huesos 

El interior de la casa esta tan abandonado como el exterior, pero a pesar de la lluvia permanece en ese silencio pegajoso, denso, que Claude no se atreve a romper. Entre la generosa capa de polvo que cubre el suelo, puede ver huellas, que deben ser recientes, pues no se ven muy diferentes a las suyas.

Los chirridos de las ventanas oxidadas bajo la lluvia no parecen invitarlo a quedarse en lo que alguna vez fue la cocina, así que avanza, siguiendo las huellas,que tampoco son muy grandes, deben pertenecer a una chica. El ambiente de la casa lo obliga a contener la respiración, aquel extraño silencio se debe a que el lugar esta congelado. El polvo ha teñido de gris las alfombras persas, los sillones de terciopelo rojo y la araña de luces que cuelga del techo del comedor, también polvorientos retratos cubren las paredes, retratos fascinantes, de personas de ojos verdes y rostros aterradores. De nuevo, cada uno de sus pasos parece generar mil ecos en la madera podrida. Sigue caminando, demasiado fascinado como para percatarse de que pronto sus pasos no son el único sonido que se escucha. pronto el ruido sordo de unas botas militares habría alertado a cualquier otro, pero no a el. solo se voltea cuando un dedo de uñas largas toca su hombro. 

Al voltearse, puede ver un pasamontañas, del que solo sobresalen labios de mujer, sin maquillaje. 

-Lo siento- Dice ella con vos monotona, y Claude siente un estremecimiento eléctrico recorrer su cuerpo antes de caer al suelo, lastimandose con las astillas de los tablones secos. 

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El sonido del trueno logro que se sobresaltara, pero al menos cubrió el sonido que hizo al cambiar de posición, para observar mejor la conversación que se desarrollaba casi en susurros en la mesa del comedor. Los adultos, por una vez, le parecían extrañamente fascinantes. Por supuesto, Cara no los había llamado para saludar a las visitas que venían después Henry Atherton.

Tal vez porque a ellos los conocía de toda la vida. Eran cinco. Benjamin, su tío, sentado al lado de Cara, y junto a él su esposa, Violet Van Der Graff, mas fría y mal encarada que de costumbre. Y al otro lado de la mesa, Leonora Rosenblat, siempre de negro y con esa expresión que Zach detesta porque es una cara de Poker de la que a él  le encantaría ser capaz. Y claro, Damien Ackerley, jefe de la policía del pueblo desde que el podía recordar. A la gente le caía bien, tenía que reconocer que era un tipo simpático, pero no le parecía ni la mitad de interesante que las demás personas sentadas a la mesa. Con treinta y cinco años, él era el mayor de todos.

En el sentido mas estricto, era un reunión de té. La tetera y la azucarera, de  porcelana inglesa. más antiguas de lo que convenia recordar, estaban al centro de la mesa. Junto con una bandeja de pastas, que se han colocado con la pretensión de hacerlas pasar por caseras, pero son perfectamente reconocibles como producto de la mejor (y única) casa de té del pueblo, uno de los pocos negocios del casco norte. Y había cinco tazas de té  sobre platos del mismo juego de porcelana, una en el lugar de cada uno de ellos, pero todas estaban intactas. El te ya debía estar helado.

Primero, estaba su tío Ben, él y Cara sí que eran gemelos, aunque eso nadie podría haberlo pensado a primera vista, el mismo cabello de cuervo y los mismos ojos grises, pero además de eso y de su desventaja vertical (¿ perdón? Que a Ben su esposa también le sacaba una cabeza de altura) eran distintos como el día y la noche, los colores oscuros y la actitud sobria de su ropa nada tenían que ver con los estampados florales y los colores pastel a los que su hermana era tan afecta, así como su actitud, abiertamente cínica. Cualquier otro rastro de parecido físico era devorado por una cuidadísima barba que siempre tenía aspecto de tres días. A Zach le agradaba su tío Ben. Además de todo, sabía hacer muy bien el papel de padre. Claro, cuando recordaba que tenía dos sobrinos.

Hablaba gesticulando con las manos, y su tono de voz, a pesar de ser mantenido bajo, se apoderaba de la habitación

-Realmente, creo que tu prima ha llegado en un buen momento, Damien. Hemos pospuesto estas conversaciones demasiado tiempo. Y no todos estábamos de acuerdo con cómo se ha manejado el asunto todos estos años. Bastantes, en realidad.

Su hermana asentía levemente, con la mirada perdida, evidentemente para Cara todo aquello tenía bastante más sentido para ella que para Zach, al que le sonaba como otra platica de negocios, de las que no solía entender mucho, de todas maneras. Aun así, seguía escuchando con ávida atención,  procurando que su cara se perdiera entre los barrotes de metal negro del barandal de la escalera, algo bastante fácil, porque única luz encendida era la del comedor, a varios metros de distancia. Cara siguió con el hilo  de las palabras de su hermano.

-Ustedes saben que nosotros nunca estuvimos de acuerdo con las medidas que han tomado. Resultan ilógicas, en realidad ¿Como podemos protegerlos, si…?

La interrumpió un siseo furioso

-Mañana serán doce años. Cuando paso de nuevo, fue al cumplirse un año.

Zach suelta un leve jadeo de asombro, que por suerte no es escuchado. Doce años ¿Hablaran de la Epidemia? No, no puede ser posible. La Epidemia se fue y no va a volver, no puede volver. Lo san todos. O al menos lo dicen.

Leonora le contesta a Violet con suavidad, pero mirándola directo a los ojos.

-Y nos encargamos de eso. Ya hicimos lo mejor que pudimos. Tal vez los estamos haciendo débiles, protegiéndolos de algo que ya no está.

¿Y los protegerá volver a cambiar las reglas? ¿Nos protegió a nosotros? ¿A nuestros padres, a nuestros hermanos? ¡Dime que tanto les sirvió a ellos, Cara! ¡Dímelo, Benjamin! ¡Díganme que no recuerdan lo que paso hace doce años! ¡Díganmelo! – Violet paro un segundo para tomar aire, acomodando con una mano crispada sus rizos dorados, furiosa. La apretada cola de caballo en la que lleva recogido el pelo y el maquillaje oscuro, como su traje sastre color crema, severo y pulcro, la hacen ver bastante temible.

Benjamin y su esposa, a pesar de tener caracteres diametralmente opuestos, siempre habían sido una pareja bien avenida, por lo cual sus pocos desacuerdos solían alcanzar proporciones épicas. En ese momento, Zach pensó que no sería capaz de darle ni a su peor enemigo (Y de esos tenia para escoger) una mirada como la que Violet les estaba dando a sus tíos en aquel momento.

Benjamin no se lo pensó dos veces antes de contestarle a su esposa, con la misma expresión de ironía con la que muy de vez en cuando podía hacer que Zach se arrepintiera de algo

– ¿Y esto servirá, mi amor? ¿Todo este teatro imbécil, ¿las excusas estúpidas?

El jefe Ackerley los interrumpió antes de que la cosa llegara a mayores, con un tono de voz solo ligermente mas firme del habitual.

-Calma, Violet. Yo no creo que haya motivo para discutir esto, por mas que mi prima y su marido opinen lo contrario. Tiene que haber una junta una vez al mes, y la aprovecharemos para ponerles al corriente de la situación. Punto. Además, les recuerdo que no es una medida de protección lo que estamos discutiendo. Ya no hay nada de lo que tengamos que preocuparnos, nosotros nos encargamos de eso ¿Lo han olvidado?-

Su tío comenzó una replica que Zach no alcanzo a oir. Tomo aire de la manera más silenciosa que pudo y se acomodo contra la pared, para recuperarse un poco de todo lo que había oído. En cierta medida, era un gesto desproporcionado, ya que, como realmente no había entendido nada ¿Que iba a preocuparlo? Sin embargo, sabía que estaban hablando de algo importante, además de que era obvio, sus palabras despertaban algo dentro de el, algo parecido a la sensación que quedaba después de tomarse un expreso doble en ayunas. Tiene miedo, y no sabe de qué. Pero sabrá, quedase fuera de eso le da casi tanto miedo como enterarse. Además, nunca le ha gustado quedarse fuera de las cosas

-…niños asustados, si, así éramos cuando acodamos las reglas. Pero teníamos una razón para estar asustados. De cualquier manera, creo que es algo de lo que tenemos que hablar todos. Que se adelante la junta, si.-

Leonora siempre le había caído bien, sabia agradar sin caer en la cursilería suburbana de casi todos los habitantes del pueblo. En definitiva, para quien se quedaba en el Emporio debía ser una buena primera impresión, solicita, bella de una manera poco común y no muy dada a desperdiciar las palabras, aunque ahora parecía simplemente seca, paseando sus ojos por la habitación.

El Jefe Ackeley suspiro, sin nada que decir. Violet apretó los dientes y su esposo le dio un abrazo conciliador, satisfecho. Cara tenía una sonrisa triunfante en e rostro

-Pues entonces, veremos. Dime, Damien ¿Que han conseguido tú y tu hermana de los McNamara y Lara Poisset?

-Lo que podrías esperar. Mi esposa y sus hermanos, excepto Summer, opinan lo mismo que yo. Y Sarah está en casa de los Poisset ahora, con Leon y Reiko Sato. No sé porque se molestan, ella no quera saber nada de esto

Violet solo lo mira tratando de parecer desinteresada, con sus ojos resentidos, del mismo color de los de Emily, violeta. Si por esa razón se llama así, tiene que considerar al alcalde y a su esposa como personas tristemente tópicas.

-No puedes estar seguro, no con ella.

Damien abre la boca para rebatirla, pero lo interrumpe el pitido agudo del celular de Leonora. Ella lo saca de su bolso, para variar también negro y lee la pantalla en un segundo, con un marcado gesto de extrañeza

-Disculpen- Se excusa, y se levanta de la mesa, caminando peligrosamente cerca del escondite de Zach en las escaleras, pero parece no fijarse en el.

-¿Hola? Leon, que quieres decir con…. No, el no esta aquí. ¿Por que iba a estarlo? No, Leon, te digo que no ¿Cómo? ¡Eres un inutil! Espera, estaré allí en un minuto…dios…-

Por primera vez desde que la conoce, y como a todos en el pueblo, la conoce de toda la vida, la alteración se puede ver notoriamente en su cara, que ahora dista de la mascara elegante y relajada que suele ver, sus ojos están abiertos como platos, tiene la mandíbula tensísima y los labios ligeramente abiertos, dejando ver unos dientes blanquísimos. Con paso inseguro, casi tambaleándose, vuelve a la mesa

-Claude no está en su casa. León dijo que había salido para acá, pero eso fue hace dos horas.

Lo dice todo sin tomar aire, con la voz cargada de angustia, y sus palabras caen como una pequeña bomba sobre la mesa, de inmediato Violet le pone una mano en el hombro y le ofrece acompañarla a buscarlo, cambiando radicalmente su voz y su lenguaje corporal, reconfortante, le ayuda a tomar aire. Saca las llaves de su mini cooper de un bolsillo y se las entrega a su esposo

-Búscalo en el casco Sur, cerca del Trinity o en el hospital. Nosotras nos encargaremos del casco Norte.

Cara los sigue, sacando su teléfono y corriendo la voz. El piensa que es muy difícil perderse en Uncanny Valley, pero por alguna razón actúan como si se tratara de una tragedia. Zach siente una mala sensación en la boca del estomago, es una tontería, Claude nunca sale solo y probablemente  se ha desviado, o se ha distraído con algo, es todo. Pero sabe que no, sabe que lo que sea de lo que hablaran, es algo serio. Y tiene que conectarlo con la reacción que han tenido con lo de Claude.

Se fuerza a quedarse quieto, hasta que todos comienzan a salir. Entonces, cuando ha salido el último de los cinco, dejando la puerta emparejada, se permite dar un suspiro y ponerse de pie para alisarse la ropa. Se habla a si mismo, no muy alto, porque Emily y el Visitante siguen arriba.

-Es una estupidez, si.- respira hondo, trata de hablar con mas convicción, a ver si así puede creérselo.- Es una estupidez. Estúpido Claude. Estúpida Epidemia.

Y, como siempre, monologar es una pésima idea, la puerta vuelve a abrirse, y el Jefe Ackerley entra, con un paso pesado y decidido. Incluso en la oscuridad, pues Benjamin ha apagado la luz del comedor al irse, puede ver que lo mira con odio. No simple desprecio, esa mirada también la conoce muy bien. ¿Por qué? ¿Por haber hecho llorar a su hijo la navidad pasada? Si eso en siquiera puede contarse como culpa suya, Samuel es mayor que él ¿Se puede ser más patético? Además, había sido todo por una tontería

Piensa todo eso en segundos, porque Damien Ackerley se acerca a él a pasos de gigante por la escaleras

-Pequeña rata asquerosa…

Su rostro, normalmente atractivo, esta contraído en una mueca de furia total, toda la ecuanimidad y la tibieza que había mostrado en la extraña discusión de hace unos segundos parecen haberse evaporado. Zach trata de huir escaleras arriba, pero ha tardado mucho. Con solo brazo, Damien lo levanta de la camiseta y lo estampa contra la pared, inmobilizandolo y mirándole fijamente con esos ojos azules que ahora parecen de un tipo distinto de azul, helado, maniático.

-¿Cuanto has escuchado, Zacharias?

Su tono de voz es forzado, mecánico, como si se contuviera para no gritarle. Pronuncia las palabras, en especial su nombre, con un asco indescriptible. Zach suelta una carcajada histérica y sonríe, de nuevo mostrando los dientes, acercando mucho su cara a la suya, ignorando la rabia en su estomago y el dolor en su espalda.

-Suficiente- Dice, en acto de idiotez total, queriendo retarlo,  después de todo sus tíos están allí afuera ¿Que le puede hacer?

Damien le cruza la cara con la bofeteada más fuerte que recuerda haber recibido en su vida. Y ha recibido bastantes. Pues eso puede hacer.

-Te lo preguntare de nuevo, Zacharias, y no quieres que lo pregunte otra vez. Cuánto. Has. Escuchado. ¿Me entiendes?

Zach solo lo mira, incapaz de hablar, con los ojos abiertos como platos, ya no siente esa mejilla.  Cuando parece que el va a hablarle de nuevo, puede oír la voz de su tío desde afuera

-¡Damien! ¿Estas bien? ¡Tenemos que irnos! ¡Damien!

Eso lo salva, el solo lo mira con el desprecio más profundo y total del mundo una vez más, suelta un gruñido y lo suelta, dejándolo rodar por las escaleras mientras el sale y cierra de un portazo, Es una suerte que no este muy arriba.

Zach trata de pararse y se queda mirando al vacío, tratando de respirar otra vez. Afuera se escucha el sonido de varios motores arrancando.

De todo lo último, parece que solo el portazo ha hecho el suficiente ruido como para alarmar a su hermana y al Visitante Henry, que bajan corriendo hacia el y lo miran con incredulidad. No debe presentar un muy buen aspecto. Ojala eso fuera lo peor. El visitante le tiende una mano para ayudarlo a levantarse y consigue articular una pregunta.

-¿Q-Que te paso?

-Nada-, miente, pasándose el dorso de su propia mano por la boca, de la que le sale un hilillo de sangre. Maldito loco. – Estoy bien- Dice, todavía con esa sensación en el estomago, solo esperando que Claude si lo esté.

……….
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02- Two Little Girls In Blue

 .:.1891.:. 

«El mal arde en llamas verdes”, era la primera frase del libro que había venido a buscar, el libro que le quitaba el sueño. 

Se habían encontrado en el mismo lugar de siempre, el jardín interior de la casa abandonada que había pertenecido a los Blackwood, extintos cincuenta años atrás. Las enredaderas, las rosas de cementerio y otras malas hierbas habían invadido los muros, el suelo. las columnas que decoraban en jardín al viejo estilo romano y habían subido por los fresnos y abetos que seguramente habían sido plantados  con algún sentido decorativo, pero con las lluvias frecuentes casi diarias y la tierra fértil del pueblo, se habían multiplicado sin ningún control , creando una espesura idónea para encuentros fugaces, como los de ellos dos.

Pero aquel día, Gaspard Poisset, alto, esbelto y de atractivos ojos oscuros, prometido y pronto a casarse apenas fuera primavera, no venía a jugar juegos de enamorados con Serena Ackerley, no menos prometida que él, aunque desafortunadamente, a su hermano, que en opinión de Gaspard era un pobre ejemplar para representar a la familia Poisset. Aquel día  venia a recuperar algo que le había sido robado. Aunque estaba resultando evidente que no sería algo fácil 

-Pero, ¿Que dices?… ¿Robarte yo? si solo lo he tomado prestado…-

 Lo miraba, risueña, con esa sonrisa que él no podía resistir, dos dientes blanquísimos se dejaban ver a través de sus labios rosados y lo miraba, con un gesto burlón en sus enormes ojos azules. A veces olvidaba que, en el fondo ella era todavía una niña. Una niña que no entendía el peligro en el que se metía, en el que los metía a los dos.

-Pues podrías devolvérmelo, ya que estamos. ¿Tu familia no tiene uno igual?- Dijo, sin poder controlar sus nervios, pasándose una mano por los rizos castaños. Los de ella eran dorados, Serena decía que ellos eran chocolate y vainilla. El nunca contestaba que el cabello de su hermano era del mismo color, chocolate, también. 

-Pero el tuyo esta en francés… igual y quiero aprender un poco, ser una chica culta, tu sabes. – Dijo ella, imitando su gesto. Se pregunto cómo había conseguido llegar hasta allí sin arruinar la pequeña cursilería de encaje blanco que la cubría del cuello a los pies. Si, antes de emigrar, los Poisset habían sido de esos británicos que tenían siempre un pie al otro lado del canal. Y el libro era diferente, pero de ninguna manera por el idioma en el que estaba escrito. Él lo había hecho diferente, había añadido notas basadas en su contenido, tratando de explicar los sucesos anormales que habían tenido lugar en los últimos meses, sus notas podrían ser lo que lo salvara a todos, pero las necesitaba, necesitaba comprobarlas, pero no le podía decir eso a ella ¿cómo iba entender? 

-Serena, por favor, no hay tiempo para est0- El sudor corría por su frente, no quería una discusión real con ella 

-¿Ya no tienes tiempo para mi? – se reía- Oh, eres cruel ¿te lo han dicho? 

-Me han dicho muchas cosas… dame el libro, Serena 

Ella se rindió con un gesto travieso, extendiendo el brazo hasta el fondo de la fuente seca sobre la cual estaba sentada. Le extiende el libro con un gesto dramático 

-Ahora, he perdido mi poder sobre ti- dice, llevándose el dorso de la mano a la frente

No digas tonterías- le responde, tomando el libro y abrazándola. Oye un gemido ahogado y puede ver el encaje blanco volviéndose rojo lentamente, se separa un instante de ella, hay dolor y confusión en su cara.

El solo alcanza a componer una mueca de horror

Ella lo besa, angustiada, desesperada, y el también la besa profundamente, incapaz de comprender, sintiendo como su vida se desvanece entre sus brazos. Solo cuando siente un fría puñalada de acero clavándose desde atrás en sus pulmones comprende que ha recuperado el libro demasiado  tarde.

los dos caen juntos en un charco color carmesí. Lo último que ve Gaspard Poisset, mientras agarra con sus últimas fuerzas la mano de Serena, es una cerilla que cae a la sangre e inicia un fuego antinatural, de brillante color esmeralda. 

«El mal arde en llamas verdes», dice el libro.  

***************************************************************

Apoyada en el barandal de hierro forjado, Rose Poisset espiaba el pueblo desde el balcón de su habitación, harta del verano.

Harta del calor, aunque de todas maneras en Uncanny Valley nunca llegaba a hacer más que una leve tibieza, harta del empalagoso té helado, de los estampados cursis que se habían puesto de moda aquella temporada, del tiempo libre, del estridente sol estival y del clima seco, harta de su casa .

La casa de los Poisset era una mole de mármol blanco y negro, cortinas de damasco, alfombras terciopelo rojo y jardines franceses que coronaba el este del casco norte del pueblo, muy bonita. Muy bonita, y muy vacía, aunque claro, seguramente el ilustre antepasado que la levanto jamás había imaginado que la familia algún día se vería reducida a tres personas. Había sido construida con generosidad, con suficiente espacio para que varias generaciones convivieran dentro de sus muros. Ahora todo eso parecía una broma de mal gusto, pensaba Rose entre tragos del que realmente debía ser el peor te que había probado en su vida.

No debería estar allí, en realidad. En verano nadie estaba en casa, era la idea de tener vacaciones, al menos en teoría. Pero hacia bastantes veranos que los Poisset no salían del pueblo, trece veranos, exactamente.

Los mismos trece veranos que habían pasado desde el final oficial de la Epidemia, que había matado a mas de una tercera parte de la población del pueblo, entre ellos los padres, tíos, abuelos y al hermano mayor de Rose, además de a Elyas Rosemblat, el esposo de su hermana Lara, que en esos tiempos esperaba su primer hijo. Y Lara había quedado al mando. La Epidemia, la enfermedad, cualquiera que fuese, se había ido hace mucho tiempo, todos sus rastros parecían haber sido borrados, Rose podía contar con los dedos de una mano las veces que la había oído mencionar de manera directa en toda su vida, y aun así le sobrarían dedos. Aun así, Lara detestaba separarse más de unos cuantos kilómetros de ella o de su hijo, Claude, y tampoco parecía gustarle salir del pueblo.

Habían logrado un escasa semana en Nueva York con Leonora, le hermana menor de Elyas, a quien recientemente Lara había dejado a cargo del hotel, pero eso había sido hacia un mes, y el pueblo estaba vacío.

Extrañaba el invierno, «El frió nos obliga a acercarnos», solía decir la abuela de Daphne, no lo diría en voz alta jamás, pero necesitaba gente alrededor, aunque detestaba el ruido y la charla inútil, la necesitaba para no sentir que vivía en un cementerio. Lara, en cambo, pasaba con el menor contacto humano posible, ella estaba cómoda con sus fantasmas.

Una mano infantil le arrebato la edición de Vogue que fingía mirar. Intentando disfrazar una sonrisa como una mueca de fastidio, Rose volteo hacia Claude

-Oh, ¡veamos que está de moda esta temporada!- Dijo él, abriendo la vista con muchos aspavientos, con un gesto de concentración extrema -Parece que la piel de víbora viene fuerte ¿Que harás al respecto, Rose? No querrás despellejar a tus amigas ¿O sí?-

Rose no pudo contener una carcajada, tomando otra revista en su mano, enrollándola para darle a Claude en la cabeza -Venga, crece un poco

Claude levanta las manos en un gesto de rendición, devolviéndole  la revista- Eh, tranquila, solo quería comprobar si seguías viva.

-Viva y molesta, enano.

-¿Que, enano yo? Para nada, he crecido diez centímetros este verano.

Rose se permitió reírse de su broma tonta. Aunque sus bromas no harían reír a una calabaza, le agradaba Claude, no podía evitarlo. Se parecían mucho, además de tener los mismos ojos, almendrados, grandes  y oscuros, el mismo cabello que caía en bucles castaños -aunque el de Claude, por la herencia de los Rosenblat, era de un color mucho más claro- , la misma nariz respingada y los mismos pómulos altos, Rose y Claude se entendían, no les gustaban el ruido ni la charla idiota, entre ellos no había silencios incómodos. Rose sospechaba que si hubieran sido su hermano y no su sobrino tal vez no habrían tenido una relación tan buena, hasta cierto punto, ella se sentía responsable por él.

-¿Te quedas un rato?

El solo le agradeció amablemente, pero negó con la cabeza.

-Los Donovan me han invitado a pasar la tarde…-Rose le puso mala cara, Emily Donovan era una niña adorable, menos de un año menor que Claude, pero su hermano mayor, Zacharias, con trece años, solo un par de meses mayor que él, tenía un expediente casi más largo y escandaloso que varios chicos de la edad de Rose, y definitivamente la incomodaba la idea de que Claude lo tuviera demasiado cerca. Aunque bien vista, su preocupación era una idiotez, se veían en la escuela todos los días. Cuando no era verano. Estúpido verano.

-¿Algún motivo en particular?- no pudo evitar soltar, en tono desconfiado

-Rosie, no seas aguafiestas.

Y, de verdad, Claude no había tenido mucha mas vida social que ella aquellas vacaciones, seria cruel negárselo, en el fondo hasta sentía cierta envidia. Le revolvió el cabello con una mano, despreocupada.

-Pues ve, se te hará tarde.

Él le sonrió débilmente y se fue.

Él le sonrió y salió disparado escaleras abajo. Rose suspiro, a veces, pensaba que hubiera sido mejor que fuera un fastidio,  como los chicos de su edad solían ser… pero Claude era tan amable, tan comprensivo, tan… triste. Rose no recordaba la ultima vez que lo había visto sonreír de verdad.

Se propuso dejar las reflexiones miserables, la vida seguía.

Además, la vista desde aquel balcón no era nada miserable. Era suficientemente alto como para ver todo lo que ocurría en casco norte, «protestante», de Uncanny Valley. Aunque no ocurría mucho, seguía siendo una vista excelente.

Sonaron siete campanas, las de  Saint Peter’s, casi al mismo tiempo con las de Santa Cecilia, al otro lado de la ciudad. Su padre la había contado alguna vez, cuando era muy pequeña, que poco más de un siglo atrás, cuando todavía existía cierta tensión entre el lado sur y el lado norte del pueblo, ambas iglesias se saboteaban las campanas mutuamente. Ahora, el acorde disonante que marcaba las horas era uno de los pocos recordatorios de la larga disputa entre católicos y protestantes.

En un principio, Uncanny Valley era solo lo que ella conocía como el casco norte; la iglesia de Saint Peter’s, algunas granjas desaparecidas mucho tiempo atrás y las casa de las tres familia fundadoras, los Lauridsen y los Van Der Graff, holandeses, y los Greengrass, británicos, todos rubios en distintos grados.  Los Lauridsen llevaban mucho tiempo extintos, aunque su sangre corría en grandes cantidades por las venas de las otras familias fundadoras, que no habían perdido oportunidad de emparentar y volver a emparentar a lo largo de los siglos.

Ahora, lo que antes era la mansión de los Lauridsen era el ayuntamiento del pueblo. Después, junto con los Donovan y los Fossoway, estos también extintos actualmente, había llegado su familia, se empezaba a formar en el pueblo una sociedad que seguía el modelo de las colonias británicas, blanca, anglosajona y protestante, al menos en un principio.

Aun asi, los primeros católicos, los McNamara, irlandeses de sangre vieja y cierto grado de aristocracia, no llegaron por casualidad. Desde el desembarco de la nave que los trajo desde Cork, tomaron el camino derecho a la pequeñísima Villa que Uncanny Valley era por aquellos tiempos, como si fuera el único lugar digno de interés en el nuevo continente. Aunque lo cierto es que no habían sido muy bien recibidos. Lo mismo habían hecho los españoles, De la Vega y Del Valle, de los cuales solo los últimos sobrevivían.

Los irlandeses, los españoles y eventualmente algunos italianos y alemanes católicos construyeron sus mansiones y su iglesia al sur de la villa planeada por los fundadores, con un tenso pacto de paz basado mas que nada en la necesidad, el enclave era frágil y se necesitaban todas las manos para defenderlo, diferencias ideológicas aparte.

Con el tiempo, el casco Norte se convirtió en el centro oficial del pueblo, con el ayuntamiento, los archivos y la comisaria, pero los hoteles, comercios y restaurantes se mudaron inevitablemente al casco sur, el más cercano a los caminos y a los otros pueblos. De cualquier manera, la división forzaba a los Protestantes a visitar el casco sur con cierta regularidad y lo mismo para los católicos para cualquier asunto oficial. Rose suponía que el cruzarse tan seguido, lentamente, a través de doscientos años había sido lo que había llevado a la tolerancia cada vez menos tensa de principios del siglo XX

En marzo de 1911 se celebro el primer matrimonio Greengrass-McNamara, lo que llevo a que en 1916 el Trinity, único colegio del pueblo, dejara de celebrar misas obligatorias y el Club de Campo dejara de tomar la pertenencia a la parroquia de Saint Peter como requisito la membrecía.

Y ahora, en pleno siglo XXI, ambas iglesias eran solo otro lugar social, la religión, cualquiera que fuera, era un accesorio que se usaba solo los domingos. La división era un mero asunto residencial. De todas maneras, las rencillas dentro del pueblo habrían sido innecesarias; ya eran bastante odiados en los pueblos vecinos.

El sonido agudo del timbre asesino su pequeño recorrido histórico, justo cuando pensaba que tal vez sería hora de entrar a casa, de todos modos.

No se había cruzado con Lara en todo el día, había días así, de manera que simplemente tomo las llaves de su tocador y bajo las escaleras sin demasiada prisa. Cuatro años atrás se habría deslizado por el barandal, pero ya no estaba en edad de niñerías. Siempre le costaba un esfuerzo más o menos grande abrir la puerta principal, que tenía al menos dos veces su altura y debía pesar una media tonelada.

Al abrir se encontró con un trío bastante asimétrico, un hombre alto y razonablemente atractivo, de unos treinta y pocos, vestido de manera formal, más apta para una reunión de negocios que para una visita casual, con el cabello color avellana peinado hacia atrás. León Rosenblat, hermano gemelo de Leonora (Si, que original, ¿no?) y por lo tanto, tío de Claude. A él lo veía bastante seguido por allí. Y una de las mujeres, Reiko Sato, que parecía imitar a Morticia Adams, alta, mortalmente pálida, con el cabello recogido en una cola alta, era la mejor amiga de Lara. La otra era baja a comparación con los otros dos, de la misma edad, de cabello rubio cenizo, ojos azules y piel bronceada, indudablemente una Ackerley, la hermana del jefe de policía. Aunque ahora su apellido era Labadie, Rose había asistido a la boda algunos años atrás, como todo el pueblo, aunque en realidad no la conocía demasiado bien.

¿Por que eran un trío extraño? para empezar, Reiko y Leon, a pesar de ser de las menos de cinco personas que podían pasar más de cinco minutos de visita en casa sin que Lara se cansara, jamás se habían caído bien. Rose se habría atrevido a decir que se odiaban. Y la hermana del jefe Ackerley, aunque no tanto como su hermana, también era bastante reservada y no solía tratar mucho a nadie fuera de su círculo más cercano. Además, de cierta manera, se veían incómodos juntos, reforzando la impresión de que no se trataba de un visita casual, aunque apenas notaron que Rose reparaba en eso mudaron sus rostros a perfectas sonrisas suburbanas

Reiko fue la primera en hablar, con una sonrisa de anuncio en sus labios, del color más rojo que  la maison Dior podía ofrecer

-Rose, guapa ¿Como estas? ¿Estará tu hermana, en casa, de casualidad?- su tono de voz, siempre empalagoso y atractivo en alguna manera perturbante, siempre conseguía intimidar a Rose, eso y ella misma, que había regresado al pueblo hacia poco más de un año, después de una breve ausencia y enviudar por ¿tercera? vez. Pero ahora, por primera vez, creía poder distinguir microscópicas notas de inseguridad. Pues bien, el día se volvía interesante a segundos.

Ella solio asintió ligeramente y los invito a entrar, conduciéndolos a la sala mientras hacia algo de platica cortes, por obligación mas que otra cosa,

León pregunto por su sobrino, cuando Rose le dijo a donde había ido, solo asintió y menciono que Leonora estaba allí, probablemente ella podría llevarlo a casa después, ya empezaba a oscurecer y no le gustaba la idea de Claude caminando solo por la noche. Rose solo murmuro «Por supuesto» con una sonrisa, la actitud de León y Leonora hacia Claude no se diferenciaba mucho de la de su hermana, que seguramente le daría una reprimenda por no haber acompañado a Claude a casa de los Donovan. Después de unos minutos más de plática menor, solo lo indispensable, se excuso brevemente  y subió a avisar a Lara.

Encontró a su hermana justo de la manera en la que había imaginado. Sentada en su escritorio, frente a una ventana con una vista incluso mejor que la del balcón de rose, los últimos rayo del sol dándole directo a la cara sin que a ella pareciera preocuparle, con el mismo camisón blanco de encaje de siempre, los rizos oscuros esparcidos en desorden sobre su espalda, escribiendo a mano, con una pluma estilográfica sobre unos papeles amarillentos como si le fuera la vida en ello.

En días normales, Lara era sobria, algo seca, siempre algo ida. Su vida estaba en otro lugar, uno que a Rose no le gustaba imaginarse, porque presentía que ella también podría querer quedarse allí.

Claro que no estaba siempre deprimida. Tenía días como aquel, en los que, de repente, tomaba la pluma, Rose siempre se había preguntado que escribiría, de lo que no le hablaba a ella ¿cuántas cosas si les confiaría a sus papeles viejos? De todas maneras, en sus pequeños episodios literarios abandonaba momentáneamente su actitud gris de todos los días, lo que sería bueno, muy bueno, si no la reemplazara otra, hipersensible, hiperactiva, malhumorada.

Rose sabía que era atractiva, lo sabía muy bien, pero por alguna razón era en aquellos momentos cuando se daba cuenta de que Lara era hermosa de una manera a la que ella jamás podría aspirar, incluso así, con el cabello despeinado, la mirada clavada en el papel y un camisón de anciana, lo único que la consolaba era que tampoco ninguna otra mujer que ella conociera se podía comparar con ella. Eso y que no salía mucho de casa. Lara volteo hacia ella, haciendo que una cascada de desordenados rizos se agitara tras de su cabeza, con leves destellos dorados, como los que parecían emanar se su piel clara, también expuesta al sol flojo del atardecer.

-¿Quién era, Rosie?

Ella y Claude eran los únicos que la llamaban así. Si, «hola hermanita, buenos días ¿Como estas? no te he visto en un tiempo» y  «Oh, sí, yo estoy bien, ¡Gracias por preguntar!». En fin, al menos recordaba cómo hablar.

-Quien es. Quienes.

Lara suspiro, evidentemente hubiera preferido seguir con su pluma estilográfica.

-¿Quienes?

-Leon, Reiko y la hermana del jefe Ackerley.

Su hermana levanto una ceja, Rose se encogió de hombros

-¿Los tres?

-Los tres. Parece importante

Lara asintió, acomodo sus papeles amarillentos y su pluma para guardarlos bajo llave en un pequeño baúl de caoba debajo de su escritorio, ella siempre tenía que hacerlo al estilo antiguo ¿Por qué no se compraba un diario?

Después, pareció que Rose había desaparecido, porque prosiguió a sacar ropa del armario, preparar una toalla, abrir la puerta de al lado de su cama y desaparecer en el baño sin volver a mirarla. Rose rodó los ojos y volvió a bajar.

Lara bajo completamente arreglada en un tiempo récord, no tuvo que entretenerlos con trivialidades mucho tiempo mas, gracias a dios. Su expresión mostraba la amabilidad prefabricada que se solía usar para recibir visitas, pero Rose notaba que en su semblante había precaución, algún tipo de desconfianza cuyo motivo se le escapaba totalmente. Tal vez Sarah Ackerley (o Labadie, solía olvidar los nombres de casada) no fuera una intima, pero Leon y Reiko eran como de la familia. Los miró  a  los tres con un gesto interrogativo

-Sarah, Leon, Reiko… es un placer verlos, pero díganme ¿A que debo el honor?

-Directo al grano, como siempre. Conservas tu estilo, cuñada.

León soltó una risa ronca, pero Reiko se quedo quieta, tensa, y Sarah suspiro, cansada.

-Tal vez no sea algo que consideres apropiado para Rose -la miro un segundo, acomodándose con las manos el cabello cenizo-Sin ofender, querida.

Rose apretó los puños.

-Está bien, supongo que saldré un rato. Hay cosas más interesantes fuera, en realidad.- dejó caer con el toque justo de ironía, se despidió cortésmente y busco su bolso antes de salir de un portazo por la puerta principal.  Como si allí pudiera pasar algo «no apropiado para ella». Por más que trataran de ver otra cosa, la paranoia de la Epidemia era lo último digno de mención que había pasado en sus vidas.

De todas maneras, era una buena excusa para salir.

***************************************************************

Camino al centro, se cruzo con una construcción imponente, algo mayor que su casa. Hacia unos años, una familia había vivido allí. Ahora, parecía haber sido devorada por la hierba, siempre al acecho, las paredes cubiertas de enredaderas, la puerta principal abierta de manera descuidada. Rose se sintió descompuesta y cerró los ojos un segundo.

Decidió que iría por un helado, solo un poco más al sur que el Ayuntamiento, que era el centro exacto del pueblo. Apuro el paso, dándole la espalda a la casa muerta.

Los últimos rayos del sol ya estaban desapareciendo, Lara se ha olvidado incluso de su prohibición terminante de salir de noche. No se cruzo con nadie hasta llegar al ayuntamiento, que por esas horas tiene el momento más ocupado de su día. Uncanny Valley y los pueblos vecinos, Hamleton, separado por el bosque del casco sur y Riverside, que Oh, sorpresa, se encontraba al lado oeste del rio que también cruzaba el Club de Campo. La gente de Uncanny Valley consideraba a los habitantes de los pueblos aledaños como vulgares, escandalosos y con muy poca clase, y, a su vez, ellos los consideraban indignos de confianza, snobs y buenos para nada. Sonrió, complacida al pensar que también les daban un poco de miedo. Bastante.

Pero por más pésima que fuera la opinión de unos sobre otros, Uncanny Valley estaba demasiado poco poblado y tenía demasiados negocios, en los cuales alguien tenía que trabajar. Riverside, de aproximadamente la mitad del tamaño de Uncanny Valley, lo doblaba ocho o nueve veces en población. Y no tenía suficientes empleos.

De cualquier manera, al contrario de lo que había sucedido con los Catolicos y los Protestantes, el contacto diario entre los habitantes de Uncanny Valley y los trabajadores solo parecía agriar aun más las relaciones, pensaba Rose fijándose en que ninguno caminaba solo, formaban pequeños grupos para salir de sus lugares de trabajo y dirigirse a la central de autobuses, y aunque era verano, muchos se aferraban nerviosamente a sus chaquetas, cubriéndose de un frio que no existía

Se podía pensar que era una cuestión de clasismo, y en gran parte lo era, pero en Hamleton y Riverside también había gente rica y no solo nuevos ricos, también algunas familias casi tan antiguas como los Greengrass o los Van Der Graff, aunque solo escuelas públicas, por lo cual más de la mitad de los estudiantes del Trinirty no vivían en Uncanny Valley. E incluso ellos no eran bien recibidos allí

Rose notaba que mucha menos gente salía del Emporio, el hotel de su familia, que de los demás negocios, a pesar de ser el más grande. Leonora le había comentado alguna vez que no era nada fácil conseguir gente dispuesta a hacer un trabajo que incluyera pasar las noches en el pueblo. Cobardes.

A unas pocas cuadras del ayuntamiento, se encontraba una pequeña dulcería a la que Rose le tenía un afecto especial. Parecía no haber cambiado en nada desde su fundación, en 1948, como anunciaba el cartel de la entrada, y era una de las pocas que realmente fabricaba sus productos. apetitosas manzanas de caramelo, nueces garrapiñadas, amarillísimos caramelos de limón y casi obscenas bandejas llenas de chocolates se presentaban frente a ella en anaqueles de colores chillones y mal combinados. Era más divertido ir con Claude, porque ella siempre caminaba hasta la nevera, al fondo del pequeño y abarrotado local y elegía el mismo helado de fresa, doble, por favor. El dueño, un anciano simpático y un poco cínico que llevaba el lugar él solo, ni siquiera se molestaba en preguntarle nada antes de servirle lo mismo de siempre, con una sonrisa solo ligeramente burlona.

-¿Tan guapa a estas horas de la noche, señorita?- dijo, a modo de único saludo y con bastante insolencia mientras buscaba el cambio en su máquina registradora. Cierto, ya había oscurecido.

Curiosamente, después de la visita triple le sentaba muy bien aquel comentario. Reiko le diría «Guapa» aunque pesara ciento veinte kilos y tuviera una gemela-tumor colgándole de la espalda. El tono irreverente del viejo le mejoro un poco el humor.

-Me veo bien a todas horas, pero gracias de todas maneras- Le contesto, tomando su cambio con un sonrisa retorcida en la cara

-Un adorable color, el azul. Muy de moda últimamente…-Replico vagamente, volteando hacia la salida, indicándole algo.

Vaya, el viejo había ganado aquel mano a mano.

A unos pocos metros, sentada en una banca, había una chica que parecía haber elegido aquel momento para terminar de arruinarle el día. No era el mismo color, no era un vestido parecido. Era exactamente el mismo conjuntito de Tori Burch del cual se sentía tan orgullosa. El mismo, exactamente. Y además se comía a pequeñas lamidas un cono doble de fresa. Aquello era demasiado.

Sin despedirse del dueño, salió de la dulcería e intento relajarse. Le gustaba ir de compras, probarse modelitos, pero no nunca se había considerado tan superficial como para molestarse por algo como eso, y sin embargo, estaba molesta. Muy molesta.

Camino en dirección contraria a la rubia, que seguía con su helado plagiado, para no cometer la estupidez de armar una escenita como la habría armado Daphne, por ejemplo. El helado era tentador, podía tener un efecto desastroso en las telas… ¿Pero que estaba pensando? desde pequeña se burlaba de Daphne y Lilibeth por darles tanta importancia a aquellas pequeñeces. Ahora que estaba plenamente en el casco sur, había bastantes lugares a los que podía ir.  Cuando ya estaba lo suficientemente lejos,  se fijo en el un árbol cerca de la iglesia de Santa Cecilia, pensó que sería un buen lugar para acabar su paseo vespertino, pero… ¿Se estaba volviendo loca? O tal vez la rubia tenía el poder de la tele transportación. Allí estaba, mirando el paisaje. Vestida igual que ella. Pero ella lo llevaba mejor, ¿no?

Desesperada, entre la gente que se dirigía a la estación de autobuses y se dispuso a terminar su helado y tal vez tomarse una aspirina en el hotel, donde siempre era bien recibida. Sí, eso es, probablemente la chica solo es producto de su imaginación. Después de todo, nunca la ha visto antes, y aquel conjuntito de Tori Burch es demasiado caro como para que alguien que venga a trabajar dese Hamleton o Riverside pudiera permitírselo, y ningún chico rico de alguno de esos pueblos se daría un paseo voluntario por Uncanny Valley en vacaciones. De noche, además.

se detiene en la acera cuando ve uno de los primeros autobuses a Riverside pasar frente a ella. Y cuando el autobús se va. de nuevo. Allí esta, varios pasos adelante de ella. Viéndola mejor, le recuerda a alguien, mucho. Suelta un gruñido y se da media vuelta, tomando una dirección que no usa muy seguido para ir al hotel. ¿Se ha golpeado la cabeza, sin darse cuenta?

Profundamente alterado, respirando con lentitud para calmarse, cruza las pocas calles que la separan del hotel, las farolas ya están encendidas, pero aun así, hay muy poca gente en la calle y comienza a sentir nervios, apresura aun mas su paso hasta llegar al hotel. El mayordomo, uno de los pocos valientes y fieles empleados a tiempo completo del Emporio, la reconoce de inmediato y la lleva al lobby bar. Ha tirado su helado por el camino, solo toma agua mineral y una aspirina, dos. ¿Qué le pasa?

Sin poder recuperar el control de sus nervios todavía,  sale al jardín del Emporio con su vaso de agua mineral. Con imágenes atravesadas de Lara, los tres maridos sin cara de Reiko Sato, de la estúpida rubia, de sus padres, de la maldita rubia otra vez y de un hombre parecido a Claude y otra rubia a la que no logra ubicar.

Entonces pasa frente a ella, como una de las bromas estúpidas de Claude, sin ninguna razón ni sentido. El momento en el que se atreve a mirarla a los ojos y dedicarle una sonrisa presuntuosa habría sido una declaración de guerra si ella no se hubiera adelantado cruzando su pie en el camino de aquella molestia. Pero la rubia es rápida, también, y al caer se aferra al bolso de Rose para arrastrarla consigo.

Por un segundo, siente la tentación de tirársele encima y quitarle esa sonrisa estúpida de la cara, pero pone todas sus fuerzas en contenerse. Las peleas de gatas se llaman así por una razón. Decide tomar ventaja y levantarse primero, ofreciéndole la mano con su mejor gesto de amabilidad.

-Oh, perdóname, no te he visto ¿Te has hecho daño?

La rubia empieza a hacer una mueca, pero entiende el juego rápidamente, le sonríe y acepta su mano, clavando sus uñas solo un poquito al levantarse

-Para nada, cuesta bastante que me hago daño ¿Sabes?

La sonrisa de Rose solo se ensancha

-Por supuesto. Lindo conjunto, es una pena que el azul no sea tu color

-Oh, gracias, es fabuloso que puedas ver que aun así, de todas maneras me queda mejor a mi. Tu peinado es lindo, tambien.

La caída ha convertido se pelo en un completo desastre, y sabe que ese estilo no le queda ni la mitad de bien que a su hermana. Aprieta los dientes y sigue sonriendo

-Oh, tu pelo también es divino ¿Dime, es teñido o tu color solamente es así de feo?

-Es una pena que pienses eso, es del mismo tono que tus zapatillas baratas. Por cierto, hace frio aqui, ¿no crees? Tal vez podamos seguir conversando dentro, me encantaría conocerte mejor… ¿sabes? soy nueva en el pueblo, aunque tu has tardado muy poco en conocerme

Tiene que admitir que la chica es buena, hay que ser una veterana para advertir la descarada amenaza implícita en aquel comentario. Pero Rose también sabe jugar. Y juega mejor.

-Por supuesto.

De vuelta en lobby bar, gana algo de ventaja con la deferencia con la que la tratan los meseros, la información sobre su familia y el hotel cae como de casualidad, sin quererlo. Ella menciona que tiene familia en el pueblo, Ackerley, claro ¿cómo ha podido no notarlo? También averigua que planea entrar al Trinity.

-Oh, eso es increíble, pasaremos buenos momentos juntas, te lo aseguro.

Con un brillo casi insinuante en sus ojos verdes, acepta el reto.

-No puedo esperar. Bueno, es tarde. Nos veremos, Rose Poisset.

Pronuncia su nombre con desdén, casi compadeciéndola.

-Oh, claro que nos veremos, Hannah Atherton.

Ella gana, lo pronuncia como si fuera una enfermedad. Se dan un fuerte apretón de manos, en el que también hay cierta cantidad de uñas de por medio. Se dan sendos besos en las mejillas, que caen en el aire y Hannah se va. Despidiéndose con la mano.

-Ha sido un placer.

Pide otro vaso de agua mineral y se lo bebe de un sorbo, con satisfacción pura. Ya era hora de que el verano se volviera interesante.

Curiosamente, el pequeño encuentro ha mejorado su humor, por lo cual le dirige una sonrisa real, radiante, al viejo mayor domo cuando se acerca a ella. Pero el no sonríe, en aquellos veinte minutos parece haber adelgazado veinte kilos. Sus ojos están inyectados de sangre, encajados en negras y vacías ojeras, mirando de una manera tan fija y vacía que es Rose incapaz de apartar la mirada, aunque todo su cuerpo este temblando, siente como sus dientes se clavan en sus labios y sus uñas en la madera de la barra mientras el hombre avanza con paso tambaleante, silenciando la habitación. También el se apoya en la barra, acercando su cara a  solo unos milímetros la de Rose. Respira como un ahogado y susurra con hilo de voz agonizante

-Regresa-Es lo único que alcanza de decir antes de que la sangre llene su boca y de caer al suelo, manchando la alfombra blanca y dejando una sombra purpura extenderse sobre el vestido azul de Rose.
……………………….
Siguiente capitulo

¡Feliz Viernes 13!

Hola a todos, antes que nada, gracias por visitar el blog y espero que les guste lo que lean.

Mi historia tiene ciertas pretensiones de terror, así que me pareció que el viernes 13 seria un gran día para empezar a publicar. Publicare un nuevo capitulo cada Viernes, si alguien quiere seguir leyendo.

El primer capitulo esta abajo de esta entrada, pero pondré el link porque… pues bueno, puedo.

https://uncannyvalleystories.wordpress.com/2012/04/13/a-highway-to-hell/

Para leer el resumen de la historia, ve aqui

https://uncannyvalleystories.wordpress.com/about/

Si quieren dejar comentarios estaría muy bien, apreciaría mucho cualquier tipo de critica constructiva o sugerencias

Muchas gracias a Martin, por permitirme plagiar descaradamente casi todas sus ideas de formato. Aqui esta su Fic de Harry Potter, auqnue creo que muchos ya lo conoceran

http://albusyharry.wordpress.com/

¡Gracias!

01- A Highway to Hell

-¿Vamos a llegar, algún día?

Hannah Atherton observaba desesperanzada la carretera, con la cara pegada al cristal de la camioneta que sus padres habían comprado para la mudanza. El cristal helado le congelaba la nariz, pero hacia exactamente 4 minutos eso había dejado de importar, apenas y la sentía. Después de una hora, probablemente ni siquiera recordaría que tenía una nariz. Y lo más triste era que aquello era, de lejos, el evento más interesante del día. Si al menos el paisaje fuera ligeramente menos inocuo, tal vez.

Bosque, pinos, lluvia, lluvia, mas pinos. Algún pequeño pueblo o una gasolinera de vez en cuando, pero eso era todo. Era bastante bonito, si, las primeras dos horas de trayecto. Y era poco menos de lo que se suponía que tenia que haber durado el trayecto, pero el hecho era que llevaban prácticamente todo el dia en la carretera y el “encanto bucólico” del paisaje, como diría su antiguo profesor de arte, ahora estaba mas cercano a ser un completo cólico. Profirió un pequeño  gruñido de hartazgo. Empezaba a dudar que el estupido pueblo existiera, en realidad.

Su madre volteo desde el asiento del copiloto, disgustada.

-Yo también llevo todo el día en el auto, Hannah. Deberías quejarte menos, mira a Henry.

Evidentemente, a Claire Atherton tampoco le encantaba la idea de pasar un dia entero metida en un todo terreno, por muy amplio que fuese. De ves en cuando le lanzaba miradas de profundo fastidio a su marido, Robert, que seguía negándose a  parar en la siguiente gasolinera y pedir indicaciones. Hombres,  pensó Hannah con distraída exasperación. Y claro que Hannah miraba a su hermano, preguntándose de que retorcido medio se valía la videoconsola portátil para extraerle el cerebro. Si, no se había quejado en todo el camino, pero tampoco parecía haberse dado cuenta de que llevaba doce horas sin comer. O caminar, ir al baño… Aunque Henry tenia trece años, solo tres menos  que ella, así que no podía atribuir su increíble capacidad de dejarse la inteligencia en la primera pantalla de plasma que se le cruzara a la brecha generacional, de modo que el hecho se sumaba a la inagotable cantidad de anécdotas que hacían que su opinión sobre el sexo masculino últimamente fuera mas bien pobre.

Su madre, a quien las feminazis, como las llamaba, desagradaban casi tanto como los trabajadores ilegales machos, le había advertido lo repelente que resultaba expresar aquella actitud en palabras, por lo que la limitaba a su pensamiento, ya que a pesar de estar completamente segura de que el cromosoma Y equivalía a idiotez crónica, incluso a ella le parecía una postura demasiado sobreusada. Tal vez sea la adolescencia, pensaba, sin demasiado convencimiento.

¿Y a donde iban? Bueno, esa era una buena pregunta. En ese instante mismo, se sentía tentada a pensar que a ninguna parte. Pero, con exactitud, a un pequeño pueblo llamado Uncanny Valley. Si, un nombre bastante estúpido, pero quien quiera que fuera el culpable seguramente llevaba unos cuantos cientos de años muerto, así que realmente no había nada que hacer al respecto.  Le decían ”pueblo” aunque realmente era mas como uno de esos diminutos suburbios de clase alta, con mucho esfuerzo llegaría a tener cien habitantes. Pero un suburbio tenia que tener una ciudad a la que rodear, así que en teoría si, se trataba de un pueblo. Tenían familia allá, un primo de su madre, si no recordaba mal.  La abuela, que había muerto unos años antes del nacimiento de Hannah, había vivido su infancia allí.

Claire Atherton parecía emocionada con la perspectiva de la mudanza, así como su esposo. Y a Henry no le importaba, y, lo mas terrible de todo, realmente a Hannah tampoco. Sin prestarse a mal interpretaciones, claro, mudarse de Park Avenue a un punto anónimo y perdido en el mapa de la Costa Este (tan perdido que probablemente les llevaría el día y la noche completos encontrarlo) era en toda regla una tragedia, y Hannah se había encargado del dramatismo de rigor, pero, admitía decepcionada consigo misma, había sido eso, drama barato. Actuación. Sin  comprender muy bien porque,  realmente no se sentía demasiado conmocionada con la mudanza. Siempre podrían hacer viajes a Manhattan para las compras, Robert Atherton era un hombre prudente y sabia que no podía pedirle a su hija, y muchísimo menos a su esposa, que se vistieran con lo que fuera que se pudiera encontrar en aquel rincón abandonado por la mano de dios.

Y la verdad, Hannah era bastante popular, pero ninguna de sus amigas era irreemplazable. También, aunque eso no lo admitiría ni aunque le metieran cuchillas entre las uñas y la carne, como había leído alguna vez que los chinos solían hacer (todos pequeños y crueles, como decía su madre) en realidad la emocionaba en cierta medida, aunque no sabría decir por que, tampoco. Después de todo, no había visto el maldito pueblo ni en fotos. Otra razón mas para dudar de su existencia. Dio un largo bostezo y se acomodó de nuevo contra el cristal. Al menos el paisaje variaba un poco en la noche, la oscuridad que poco a poco se apoderaba del cielo, que ahora presentaba un tono grisáceo  parecía reflejarse en los árboles, que se veían totalmente negros, sombras lustrosas que escurrían helada agua de lluvia. Medio ida entre el paisaje, escuchaba vagos retazos  de la conversación de sus padres, al parecer habían encontrado el camino, por lo que la marcha aumento, ahora los árboles y las inquietantes sombras que proyectaban pasaban mas rápido, casi fundiéndose unos con otros y con la ilusión de figuras extrañas entre sus ramas.

Al fin, apareció un signo de esperanza, el auto se detuvo. Hannah pudo ver, justo en frente de  su ventana, un torpe letrero de madera que alguna vez habría sido blanco, que llamo su atención de manera inmediata. Era una forma realmente obsoleta de señalización, mas propia de películas viejas que del día a día, pero bueno, el día a día tal vez todavía no llegaba a ese rincón perdido, pensó Hannah con una sonrisa de ironía. Fuera del lienzo en el que estaba escrito, el mensaje era esperanzador.

Unncanny Valley: 80 kilómetros

Su padre hizo un ruidito de satisfacción, que hizo a Hannah poner los ojos en blanco

-¿Lo ves, Claire? Te dije que conocía el camino

Su madre resoplo.

-Fabuloso. Y solamente te tomo once horas.

La rutina de oír discutir a sus padres no afectaba a Hannah para nada, y cuando era por una completa tontería -como no era el caso- incluso podía sacarle una sonrisa. Pero, junto al hecho de que al fin llegarían al estúpido lugar, y al fin bajarían del estúpido auto, nada hubiera podido arruinar su humor. Por primera vez en todo el trayecto, Henry dio señales de vida. Si eso no hubiera traído implícito el que abriera la boca, Hannah también lo habría considerado como una buena noticia.

-Muero de hambre. ¿Crees que tengan un McDonalds?

Hannah no sentía realmente ningún afecto por la lechuga mustia y la carne con sabor a cartón, pero después de un día entero sin llevarse nada a la boca, realmente no se quejaría de hacer una visita al McBarato. Aun así, miro mal a Henry. Había cosas que simplemente no se pasaban por alto.

Después de eso, tardaron aun un buen rato antes de ver otro rastro de civilización. La carretera, mantenida en un pésimo estado que casi podría considerarse deliberado, no ayudaba mucho en ese aspecto. Hannah, todavía apoyando todo su peso sobre el cristal reforzado (Ridículamente grueso, había dicho su madre, solo los narcotraficantes necesitan eso, pero su padre, llevado por alguna extraña paranoia, había insistido. Pues bien.) veía el aspecto del bosque ser ligeramente menos aburrido. No habría sabido decir por que, tal vez influía el hecho de que ya había oscurecido completamente, pero no, no era solo que el campo de visión fuera menor, había cierta… inquietud. Podía verse a simple vista, aunque pareciera que todo estaba igual.

Desoyendo las protestas de su madre y las sospechas paranoicas de su padre, bajo el cristal, habían pasado un señalización que ordenaba bajar la velocidad unos cientos de metros atrás, así que podía apreciar bastante bien el paisaje. Tenia que reconocer que el aire del bosque era maravilloso, pero no dejo que la distrajera. Sentía algo distinto en el ambiente desde que habían pasado el letrero de madera podrida, y podía jurar que no era cosa suya. Sus padres también se mantenían en silencio, mirando por los cristales,  y Henry no prestaba casi nada de atención a su videojuego.

Y no decían nada. El silencio le permitía oír algunos sonidos, el canto de uno o dos pájaros desubicados, el susurro del viento entre las hojas de los árboles y la hierba alta, algunos movimientos entre los arbustos, conejos o algún roedor parecido. La pacifica música de ambientación del bosque, que en cualquier otro bosque seria un sonido agradable y relajante, pero en aquel lugar se escuchaba forzado, tenso, algo siniestro, si pero en Hannah tenia un efecto extrañamente excitante.  Recordaba de manera difusa haberse sentido de esa manera antes, tres años atrás, cuando tenía la edad de Henry.

Ella y algunas chicas del liceo habían robado algunas botellas de las reservas de sus padres y la habían bebido a conciencia, hasta el punto de coaccionar al chofer de Kathy, una chica de rubio cabello seco y voz chillona, para que las llevara a un cementerio ruinoso y medio abandonado, cerca del Bronx. Aunque a las chicas se les evaporo toda la valentía insensata del alcohol después de sobornar al guardia de la entrada, y avanzar algunos cortísimos pasos de gato asustada entre las lapidas y cruces. A todas menos a Hannah, que había sentido por primera vez esa mezcla de expectación e inquietud, que la enervaba de una manera escalofriante, pero no desagradable. Ella se había adentrado en el cementerio, en silencio, con una sonrisa extraña en la cara, que ni ella misma podía entender. Había recorrido el camposanto con lentitud, tomando se su tiempo, leyendo las inscripciones y fechas sobre los sepulcros, imaginando las vidas de aquellos a cuyos cadáveres pasaba por encima. Había tardado una buena hora en volver a la entrada del cementerio, donde Kathy y sus amigas, con el cerebro seco igual que el pelo de esta, esperaban, muertas de miedo. Vacas estúpidas,  había pensado Hannah, pero se limito a dedicarles una sonrisa triunfal y volver al auto, donde el chofer esperaba hecho un manojo de nervios.

Y si, por alguna razón el sentimiento que le provocaba escuchar el viento susurrar entre los árboles, ver la oscuridad agitándose en aquel remoto paraje perdido en algún lugar al norte, se parecía bastante al del cementerio, aunque era de una intensidad mucho menor. Tal vez se debía a que no había alcohol de por medio, pensó… Pero el que no resultara algo tan intenso, enervante, aquella parte extrañamente reconfortante, aquella sensación de pez en el agua seguía allí. Con sueño, demasiado sueño como para subir los vidrios, se ajusto la chaqueta y se apoyo en los cómodos asientos de piel, sintiendo la brisa lúgubre sobre su rostro al cabo de un rato contemplando la espesura al lado de la carretera con una sonrisa de gato satisfecho en los labios, Hannah comenzó a dar cabezadas, el pueblo seguía bastante lejos, al parecer. Cerro los ojos lentamente, sintiendo que no había salido de casa y al abrirlos, no noto ninguna diferencia, algo molesta, sintiéndose estafada por aquel letrero de madera, volteo de manera somnolienta hacia sus padres, en el asiento delantero, a ellos el ambiente también parecía relajarlos, solo miraban al panorama, que debía ser increíblemente recto, ya que su padre apenas tocaba el volante. Henry miraba por su propia ventana, igual de callado que sus padres o ella misma. Cosa rara, había dejado su fastidiosa videoconsola de lado, en el asiento. De pronto, Hannah noto que aquella seguridad que había sentido en el ambiente se enrarecía, cambiaba de forma de alguna manera que no estaba al alcance de su entendimiento, pero se convertía en una sensación mas parecida al miedo. Tuvo el impulso de volver a mirar a la ventana, estaba segura de que algo tenia que haber cambiado. Se volteo con rapidez, todo rastro de sueño la había abandonado, pero no había nada a que mirar, solo su reflejo, de nuevo.

Se quedo en silencio unos segundos, mirándose, y comenzando a preguntarse si no estaba teniendo un pequeño episodio de paranoia, que al parecer era algo que corría por sus venas, cortesía de su padre. Aunque, por otro lado, en su reflejo se veía bastante tranquila, incluso con una ligera sonrisa en los labios. Que raro, se veía pálida, era una pena que el bronceado que había tomado en los Hamptons se le hubiera ido tan pronto… Y su pelo, no era dorado, pero su tono cenizo no era tan oscuro como se veía en el cristal, no. Y entonces, abrió los ojos como platos, gesto que la chica del reflejo no imito. Por que no había entre ellas ningún cristal que pudiera crear tal reflejo.

La miraba directo a los ojos. Sus labios se curvaron en una sonrisa grotesca.

El agudo grito de Hannah por un segundo pareció ser el causante de que el auto derrapara, un bulto de tela blanca se estrello contra el cristal de la ventana de en frente, sin llegar a romperla, pero produciendo un sonido que se le perforo el entendimiento, un fuerte golpe sordo, que parecía contener mas sonidos en su interior, crujidos, el sonido de algo reventando… cuando el bulto desapareció, una gran mancha roja se extendió sobre el parabrisas.

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Su madre respiro profundamente mientras se abrazaba su padre, aliviada, incluso su cara recuperaba algo de color bajo las luces del lobby del hotel. Robert Atherton, en cambio tenia una expresión de cortés incredulidad

-Entonces ¿No han encontrado nada?

Damien Ackerley, jefe de policía de Uncanny Valley, además de, casual y convenientemente, primo de  Claire Atherton frunció el ceño, evidentemente el también encontraba algo sospechoso, pero no parecía dispuesto a arrestar al marido de su prima por un delito sin cadáver. Seria un delito sin victima, pero a pesar de que los agentes de policía del pueblo estaban peinando el área sin encontrar nada, aun estaba la mancha, que cubría casi todo el parabrisas.

-Nada, ni nadie. Te lo digo, Claire, probablemente sea alguna broma pesada de los chicos de Riverside o Hamleton.- Dice, volteándose hacia su prima, sin lucir demasiado convencido. ¿Como podría estarlo? La mancha no es de jugo de tomate, eso seguro. Además, hay gamberros en todas partes, pero que los chicos de los pueblos vecinos se reúnan en  carretera de entrada a Uncanny Valley a esperar autos, sobretodo si, como Hannah ha notado, no parece que entren muchos, parece simplemente estúpido. Aunque lo que parece sugerir el semblante del primo de su madre es que es muy probable, pero no posible en esas circunstancias.

Hannah se lleva la mano a la cabeza y cierra los ojos apretándolos con fuerza.

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Al derrapar y salir de la carretera, híperventilaba y clavaba las uñas en los asientos de piel, histérica, algo que evidentemente ella y su hermano habían heredado de su padre, que hacia exactamente lo mismo en el asiento del conductor, mirándolos a ellos para no ver la mancha de sangre que parecía expandirse un poco mas con cada segundo. Su madre, por otro lado, a pesar de tener congelada casi por completo la expresión de la cara, y los ojos abiertos como platos, había tragado saliva y abierto la puerta del copiloto

-Tal vez siga vivo-, explico.

El que los pasos de su madre, siempre con tacones de doce centímetros, no hicieran ningún sonido le confirmo a Hannah que el accidente los había sacado de la carretera, algo que no podía comprobar por el parabrisas cubierto de rojo, ni por las ventanas laterales, por las cuales no se atrevía a mirar. Ella y Henry miraban a su padre a los ojos, sin moverse, sin decir nada, casi sin respirar.  Después de lo que parecieron dos horas, pero que por lógica debían haber sido unos dos minutos, Henry rompió el silencio, articulando las palabras débilmente, tartamudeando

– ¿Q-que pasa si lo m-matamos? –

Su padre suspiro y se llevo una mano a la frente. Al menos su voz sonaba mas firme que la de Henry.

-Esperemos que no, hijo.

Después de otra breve, eternidad, su madre volvió, luciendo compuesta, pero con los ojos todavía abiertos a su máxima capacidad, volvio a sentarse en el asiento del copiloto, se acomodo la tela de la chaqueta con las manos, tomándose sus propios segundos para respirar.

-Nada.- Dice ella, tan rápido que apenas se le entiende.

-¿Que? ¿Como…?- Responde su padre, casi sin aliento

-Nada al rededor del auto, nada en la carretera, incluso camine un poco dentro del bosque. Nada. Nadie- Ha dicho todo eso sin hacer espacio entre palabra y palabra. Se detiene un corto segundo para tomar aire -Llamare a Damien- También toma su bolso a máxima velocidad, pero su padre logra intervenir

-¿Tu primo? ¿El policía?-  Su voz suena alarmada, aunque Hannah no podría decir claramente en que medida

-¿Que mas podemos hacer? -Sonríe sarcástica, haciendo una mueca amplia y seca con los labios. Hannah tiene que cerrar los ojos un segundo, le recuerda demasiado a la visión de la ventana. -Para deshacerse de un cadáver tiene que haber uno-, replica agriamente y saca su móvil, marcando un numero de memoria, el silencio es tan mortal que Hannah puede contar cuantas veces suena el teléfono, una, dos, tres, cuatro…

-Hola  ¿Damien? veras, hemos tenido un ligero incidente…

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Hannah pasa su mano, nerviosa, por el brazo del sillón, acariciando la gamuza con sus dedos mientras sus zapatos se hunden en una alfombre persa, se abstrae unos instantes de la conversación de los adultos, pensando en su visión de la ventana, sin molestarse en encontrarle una explicación, va por lo fácil. Fue una alucinación, estaba durmiéndose, probablemente habrá sido el comienzo de una pesadilla, y se despertó cuando el auto derrapo. Si, claro. Por un momento agradece no haberlo dicho en voz alta, por que ni si quiera en su cabeza suena convincente. ¿Como podría?

Descansa un poco el cerebro paseando sus ojos por la cargado decoración del Lobby del hotel, si, al parecer tendrá que esperar hasta el día siguiente para conocer la casa nueva. El Uncanny Valley Emporio sigue un concepto bastante desactualizado, aunque a Hannah no le molestan para nada los muebles de caoba tallada, ni los cojines de terciopelo ni las arañas de luces. Se han concedido algunos toques de excentricismo en la decoración de las paredes forradas, de simple y formal papel tapiz a franjas escarlatas y doradas, de las que cuelgan objetos inconexos. Algunas espadas y sables, de aspecto mortífero y antiguo, muchos mas relojes de los necesarios, de oro, plata, latón, ébano y alguna madera blanca que Hannah no reconoce, juntos crean una leve melodía al marcar los segundos. Se permite cerrar los ojos un segundo, pensando con placer en que en algún lugar de aquel edificio le espera una cama, pero abre los ojos rápidamente, recordando que sucedió la ultima vez que dio una cabezada

Puede ver que su hermano, como ella, revisa la decoración para distraerse, incomodo. Piensa en acercarse y hablar con el, pero no lo hace ¿Que va a decirle? No puede decirle de la chica de la ventana, la tomara por loca. Sin estar muy equivocado, probablemente. Los tres adultos se acercan a ellos, Damien Ackerley mira a sus dos… ¿Primos segundos? ¿Sobrinos? con interés antes de voltearse hacia Claire,  con un semblante bastante mas tranquilo del que le han visto en las escasas horas que llevan conociéndolo.

-Se parecen a ti-, dice con una sonrisa de par en par

Y es cierto, Hannah y Henry han heredado el cabello color paja y la piel morena de su madre, aunque sus ojos no son azules, como los de ella y Damien, sino del mismo verde grisáceo. Los rasgos de la cara de Henry también recuerdan a él, sus abuelos dicen que es igual a su padre cuando tenia su edad, pero en lo que a Hannah respecta, ella comienza a pensar que tiene mas de Ackerley que de Atherton, los dos primos se parecen mucho, y Hannah siempre le han dicho que es igual a su madre. Le sonríe amablemente a Damien, aceptando lo que a su modo de ver seguramente será un cumplido

-Es una pena que hayamos tenido que conocernos en estas circunstancias- le dice, con cortesía.

-Y también maneja las palabras como tu -le sonríe a su madre antes de dirigirse a Hannah- Bueno preciosa, déjame decirte que de todos modos me has causado una primera impresión excelente -se, ríe, viéndose mas joven. Hannah piensa que no llegara a los treinta y cinco años. El se voltea hacia Henry con el mismo buen humor

-Supongo que tu serás mas de acción que de palabra ¿o no? -le dice con jovialidad, pero también con leve dejo de ironía- Probablemente te llevaras bien con mi hijo, el tampoco habla mucho.  Le paso la mano por la coronilla, despeinándole el pelo y ganándose una sonrisa de la permanente mala cara de su sobrino.

Oh, se había olvidado de que Damien tenía un hijo. Dos, una era una niña que debía ser solo algo menor que Henry, al menos según lo que su madre le había dicho. Y se veía tan joven… Hannah hizo un esfuerzo por imaginar a que edad se había convertido en padre, en las fotos de su boda, que eran lo único que Hannah recordaba de el, parecía apenas adolescente, al lado de una chica de labios llenos y cabello rojo que tampoco tenia para nada apariencia de adulta. Hannah se preguntó, con una media sonrisa jugando en su cara, si no habría algún escándalo detrás de aquella boda prematura… aunque ambos se veían felices…

Sus padres interrumpieron el breve momento familiar, ellos no se habían recompuesto tan fácilmente como Damien, y además, parecían tensos, como con un nudo en la garganta.

-Niños, ha sido un día muy largo. Ya hemos hecho el registro en la recepción del hotel. ¿Quieren ir a pedir sus llaves? necesitan descansar un poco. Nosotros tenemos un asunto que tratar con el primo de mama, pero subiremos en un rato, ¿Esta bien?-

Oh, así que era eso. Había algo que no querían que ellos escucharan, Hanhah no le dio mucha importancia, probablemente se trataría de algún insidioso detalle legal o algo aun mas aburrido, y probablemente a su hermano se le ocurrió lo mismo, pues ambos asintieron, sonrieron y se despidieron de Damien con prisa. Seguro Henrry también estaba molido después de aquella tardecita

No había mucha distancia entre el lobby bar y la recepción del hotel, adornada con cabezas de león disecadas y una pesada araña de luces, de colores parecidos a los de los vitrales de las iglesias. Aparentemente estaba desierta, por lo que Hannah poso su mano brevemente en el timbre, cuyo sonido era bastante mas fuerte de lo que ella se esperaba. Casi al instante, escucho unos tacones caminando por el pasillo detrás del cubículo de la recepción. Hannah se tomo unos segundos para apreciar a la dueña de los zapatos Loubutin.

Incluso sin esos quince centímetros de regalo, habría sido bastante alta, llevaba un vestido negro de día, que dejaba al descubierto los hombros por los cuales caía lacio y sedoso cabello color chocolate. Caminaba con un aire de seguridad y desenvoltura que la hacia parecer aun mas alta, y tenia las facciones alargadas y en equilibrio de ese tipo de realeza judía que uno…, bueno, no espera ver trabajando en una recepción. No pudo evitar sentir una punzada de envidia

-Buenas noches, Leonora Rosenblat, encantada. ¿Dime, en que puedo ayudarles, queridos?

Al ver que Henrry de había quedado patéticamente corto de palabras, Hannah le devolvió la sonrisa cortes.

-Nuestros padres acaban de hacer el Check-In-

Ella asintió y tomo una llave de su escritorio para abrir un cajon

-Claro, la prima del jefe Ackerley, debí verlo en tu rostro…-, dijo, rebuscando en un cajón. Evidentemente no estaba acostumbrada a aquel puesto, tanto por su trato casual como por que se veía francamente desubicada, tardo unos amplios cinco minutos en encontrar lo que buscaba.- Ya esta, seiscientos diecisiete-, dijo con un suspiro de alivio, tendiéndoles un llavero con dos llaves de cobre idénticas, marcadas “0617″. Hannah las tomo con amabilidad, antes de que la aristócrata venida a menos volviera a tomar la palabra

-Estamos algo cortos de personal, así que si necesitan, cualquier cosa, solo marquen el numero de la suite catorce, esta en marcación rápida en el uno de todos los teléfonos. – les dedico una sonrisa algo extraña- Y cuando se vayan, disfruten su nueva casa, es una de las mejores de este lado del pueblo

Henry solo la miro como si les hubiera sugerido comerse las cabezas de león disecadas de la pared, Hannah solo enarco una ceja en un gesto de educado interés. La recepcionista, al parecer no tan venida a menos, solo le dedico un sonrisa.

-Se la están comprando a mi hermano ¿saben? el y su esposa planeaban mudarse allí después de casarse, pero la…-se corto un segundo, como si se pensara dos veces lo que iba a decir- … epidemia se llevo a mis padres, y ellos prefirieron quedarse en nuestra casa. -sus ojos se oscurecen por una fracción de segundo, después les mostró otra sonrisa radiante- Pero los estoy aburriendo, en cualquier caso, ¡Bienvenidos a Uncanny Valley!-

Sale sobre sus Loubutins incluso mas rápido de lo que llego, dejando a Hannah perpleja. Ella solo le pone una mano en el hombro a su hermano y suspira, acercándose unos pasos a un elevador

-Ven, Henry, nos vendrá bien dormir un poco.

Sin decir nada, suben las siete plantas que los separan del 6017 y al entrar, lo único que ven en la habitación, decorada con el mismo estilo extravagante que la planta baja del hotel, son dos camas de aspecto increíblemente confortable y mullido.  Hannah le deja  a Henry la que esta junto a la ventana sin intentar siquiera discutir, entra a un baño al que tampoco le presta la atención que se merece y se pone la camisa de su padre y los shorts de tela elástica negra que esa como pijama, se cepilla rápidamente el pelo y cae agotada bajo el edredón de plumas, para descubrir demasiado tarde que se le ha ido el sueño.

Agotada, voltea hacia Henry y antes de que puede pensar en cualquier otra cosa, mira por la ventana.

La chica sigue sonriendo.
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