La luz industrial, fría e impersonal de los cuartos, salvo por aquel detalle cómodos y bastante lujosos, del hospital hacia visibles las ojeras y el cansancio en los ojos de un hombre y una mujer sentados a los lados de la cama de un niño que dormía, cubierto por la desagradable bata azul del hospital. El niño dormía en calma, y fuera de unos cuantos moretones, parecía estar bien. De ellos dos no se podía decir lo mismo.
El tenía treinta y dos años, apenas tres menos que ella, pero en ese momento, los dos sentían que les había caído un siglo encima
Lo alteraba sentir como Lara clavaba sus ojos en el, esos ojos grandes, almendrados y profundos, oscuros, no tan distintos a los de él, color avellana. Cuando eran más jóvenes, la belleza casi sobrehumana de su ahora cuñada lograba ponerlo nervioso, ahora, después de haber pasado tanto y perdido tanto juntos, le era difícil no verla como una hermana mas. Y con su mirada le hacia una pregunta que él no tenía manera de contestarle. «¿Por qué?». Y era la misma pregunta que había sentido en su mirada los últimos trece años. La pregunta que el mismo se hacía, aunque dentro de su cabeza solo era la llave a mil preguntas más. Y probablemente para ella serian aun más.
– Es ridículo, ¿no lo crees, León?- Dijo, con un suspiro agotado
Para León Rosenblat, «ridículo» no hubiera sido la definición que se le habría ocurrido para lo que le había pasado a su sobrino dos noches atrás. Después de los sucesos que habían dejado a Lara viuda y a él a cargo de tres niños pequeños, sin contar su obligación hacia su sobrino, todos habían estado de acuerdo en ser mucho más estrictos, quizá paranoicos, de lo que sus padres y abuelos jamás habrían soñado ser. Una medida en especial, la que más resistencia había causado y la que la prima de Damien se planteaba cuestionar, había sido el asunto culpable de distraer su atención y la de Lara hasta olvidarse totalmente de que Claude había salido solo. Vaya, si Rose se lo había dicho, pero no había recordado que probablemente sería la primera vez que eso pasaba. La primera, por más ridículo que sonara, y no era exclusivamente culpa de su cuñada. El siempre la había apoyado incondicionalmente en su sobre protección, temeroso de perder lo último que le quedaba de su hermano mayor.
Y después de todos los cuidados, lo que había puesto a Claude donde estaba, inconsciente en una cama de hospital, ante la mirada impotente de él y de Lara, había sido un corto circuito.
-Sí, ridículo podría ser la palabra
-Es tarde para palabras.-Fue lo que acertó a contestarle. Para los más jóvenes, incluso para el mismo muchas veces, Lara parecía algo tocada. Pero en ocasiones como esa, León pensaba que lo único que le sucedía era que tenía los pies demasiado pegados a la tierra. Suspiró- Liam dijo que tendría que despertar pronto
Como si escuchara a su madre, Claude comenzó a moverse en sueños, como minutos antes, gracias a dios, no temían que no fuera a despertar, y realmente despertarse y ver dos pares de ojos enrojecidos y de ojeras de dos noches no iba a ayudarle mucho.
-Despertara, pero deberíamos dejar que descanse. Rose puede quedarse junto a él un rato, Lara. Ve a casa y date una ducha, a Claude no le gustara verte así.
Ella solo negó levemente con la cabeza, no era ni siquiera posibilidad. En realidad, el no había pensado que aceptaría, peo era su deber preguntar.
-No, León, tu vuelve a casa, Diego y Greta deben estar aburriéndose en la sala de espera. Yo debo quedarme aquí.
Era algo que hacía mucho tiempo que no sorprendía a León, pero aun con las ojeras el cabello hecho un desastre y la ropa peor aún, pues no se había movido de la silla desde que habían encontrado a Claude, Lara seguía siendo capaz de quitar la respiración. Fuera de eso, tal vez sería buena idea darle algo de espacio, en lo que ni siquiera había pensado en las horas anteriores, concentrado totalmente en su sobrino.
León asintió levemente y se levanto de la silla, dándole un beso en la frente a sus sobrino y despidiéndose de su cuñada con un una mano fraternal en su hombro y una sonrisa de apoyo.
-Siempre has sido fuerte, Lara.
-Cuando despierte le diré que has estado aquí- Es su única distraída despedida, perdida como esta en unas profundidades que él conoce muy bien. Como todos.
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-Maggie, cariño ¿Te gusta la casa?
Ella puso su mejor expresión de niña lerda antes de asentir, emocionada
-Mama, ¡Es preciosa!
Después le dio un prolongado abrazo a la mujer a la que había conocido un par de noches atrás, antes de que ella y su “padre” volvieran a hablarle a la mujer menuda y vestida de rosa pastel que les enseñaba la casa
-Trabajamos en casa, el espacio y la luz son muy importantes, señorita… ¿Donovan?
-Por supuesto, la casa tiene unos vitrales increíbles, no será un problema. Si les place subir…
Se preguntó si ellos serian realmente una pareja, al menos mentían juntos de manera impresionables. El trabajo en casa era una excusa perfecta para que la gente no le preguntara por sus padres, aunque ella confiaba en despertar las menores preguntas posibles, tenía solo diecisiete años, aparentaba menos, pero Maggie no era de ninguna manera una novata. Se acomodaba el pelo, de ese color rubio deslavado que es el único que se puede tener después de haber pasado por todos los colores de tinte posibles. Esperaba que el haber teñido sus cejas del mismo color ayudara, aunque detestaba todos los cambios que había tenido que hacerse para que su papel de niña bien fuera mínimamente creíble. Extrañaba sus mechas verdes y su perforación en la nariz. Apretó los dientes y soltó un gruñido mientras seguía a los tres adultos por las escaleras de una casa con demasiado pedigrí para su gusto
Le sonreía distraídamente a la agente de bienes raíces, que se encontraba ocupada discutiendo los últimos términos de una venta con unos “padres” a los que probablemente pasaría unos meses sin ver después de aquel día, si es que llegaba a volverlos a ver. Y mientras hablaba con ellos, la mujer, pálida y de cabello negro, la miraba y sonreía con cortesía, y ella le sonreía de vuelta, con una sonrisa de interés mezclado con cierta pena bastante vaga, la agente se veía amable, si. Pero tenía que hacer su trabajo, por suerte más tarde que temprano, le gustara o no. En fin, iba a ser una pena tener que matarla. Le dedico una sonrisa mucho más amplia. No, la verdad no.
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Al caminar por los pasillos del hospital, vuelven a su mente las palabras de Liam McNamara, el doctor encargado del pequeño hospital católico de Uncanny Valley además de, claro, otro amigo de toda la vida. Habían encontrado a Claude, intacto, aparentemente desmayado, aunque en esos casos se solían observar quemaduras leves, pero todo el equipo médico estaba de acuerdo en la explicación a sus lesiones
Un vulgar, un estúpido accidente de alambrado. Era la única explicación. Un fuerte choque eléctrico, era lo que les habían dicho los doctores, después de que los agentes de Damien (En ese momento, sentía que les debía la vida. Aunque fueran de Riverside.) lo encontraran en la finca abandonada que alguna vez había sido propiedad de los Blackwood, muchos siglos atrás. De todas maneras, por las viejas paredes cruzaba una parte importante de la conexión eléctrica del casco norte. Claro que eso el lo sabía, el había estado en la reunión del consejo que había tomado esa decisión.
Claro que, si tenía que sentirse culpable por algo, evidentemente no era eso. Claude no sabía andar solo en su propio hogar. Y la culpa era tan suya como de Lara y Leonora, pero él, en especial, a pesar de poder considerar excesivas algunas de las prohibiciones, porque a comparación con Diego y Daniela, los hermanos menores de Carolina, su esposa o Greta, la primita que apenas era un bebe al morir sus padres y dejarlos a él y a su hermana a cargo de ella o de Hanzel, su ahijado, otro huérfano de aquel periodo, todos a su cargo desde hacía más de diez años, Claude parecía demasiado dócil, demasiado amable, y, a percepción de todos, frágil. Y, en Uncanny Valley, sobre todo entre los chicos, al que no sabía pisar lo pisaban.
Y, en su esfuerzo por evitar que fuera pisado, lo habían hecho débil.
Mientras seguía caminando por los pasillos retorcidos del hospital, y bajando innumerables escaleras, ya que habían internado a Claude en el último cuarto de uno de los torreones del viejo edificio, algo anterior al estilo victoriano, para garantizarle privacidad y descanso, se permitió llevar su mente por caminos que no solía permitirse. Por salud mental.
¿Cuánto tiempo llevaban, jugando a ser adultos? Jugando a que podían con todo, a que podían hacerlo bien. Pero allí, a solo unos pocos pisos y paredes de manera pintadas de lavanda, estaba la prueba de que no era tan fácil. Claro que nunca había sido fácil, ellos todavía estaban verdes cuando todo les había caído encima y habían tratado de hacerlo lo mejor que habían podido, recoger todas las piezas posibles de un desastre que inexcusablemente era culpa suya.
Bajó el último tramo de escaleras antes de entrar, pintado del mismo color lavanda y con la misma decoración al más puro estilo de Martha Stewart. o de Martha Bush. Vaya, al estilo Martha. Nunca había mucha gente en el vestíbulo, y aunque casi todo el pueblo había pasado el día anterior para mostrar su apoyo a Lara, el día de hoy solo estaba Greta, que había venido con él, y Rose, que también había pasado la mayor parte de los días anteriores en el hospital, Daniela seguía en Paris con los Labadie. Faltaba Diego.
León le acaricio el cabello a Greta, todavía algo distraído.
-Nos vamos un rato
Ella asintió y de despidió de Rose con un abrazo antes de levantarse, ella era lo más parecido a una hermana que tenia. Después se volvió hacia Rose para despedirse de ella con un beso en la mejilla, ella estaba, si era posible, tan demacrada como Lara. No se olvidaba de que ella había dejado a Claude irse, León apoyo una mano en su hombro, como había hecho con Lara unos minutos antes
-No ha sido culpa, tuya, no podías saberlo
Ella solo suspiro, asintiendo sin estar nada convencida
– Si tu lo dices…
– Debería despertar en poco tiempo, si te ve así antes de reponerse del ataque maternal que seguramente le prepara tu hermana…
Eso consiguió arrancarle una diminuta sonrisa, se despidieron y el camino hacia la salida, con Greta siguiéndolo desde atrás, pensativa pero no especialmente. Rose estaba afectada por que se sentía culpable, claro, pero para los demás chicos no debía parecer algo más que un accidente que por suerte no había tenido complicaciones mayores. Lo que había sido, aunque Liam y Antonia Greengrass le habían asegurado que una exposición solo un poco mayor a la corriente eléctrica podría haber dejado daños más serios, incluso haber sido mortal. Para ellos no tenía la misma carga de terrible recordatorio de aniversario que tenia para todos los adultos, no solo para los más cercanos a Claude. Claro que Greta y los demás chicos no sabían que el accidente de Claude había coincidido con el aniversario, por que decirles la fecha exacta del inicio de la desgracia habría podido muy fácilmente desembocar en dejar al descubierto todas las mentiras que se habían obligado a contarles.
-¿Ha habido algún problema?
Había pasado como mínimo ocho horas en la habitación del hospital con Lara, así que realmente tenia algún sentido preguntar
-Ninguno, aunque Rose no está bien para nada…
-Eso me lo esperaba. Aunque parecía que la estabas ayudando bastante
-Eso espero.
-Tengo algunos libros de cuentas en Casa que tal vez te gustaría revisar…
Eso basto para poner una sonrisa en su cara
-Lo tengo bajo control- Le dijo con una sonrisa de suficiencia
Greta solo tenía catorce años, pero ya se notaba que había heredado aquel instinto para los negocios que había hecho que los Rosenblat amasaran su fortuna. El y Leonora, gemelos idénticos en casi todo, lo tenían. Aunque en su fallecido hermano mayor, Elyas, el padre de Claude, había heredado mucho del encanto familiar, se le daba mucho mejor gastar el dinero que producirlo, a aunque a nadie nunca se le ocurrió echárselo en cara, porque tenía el mucho más llamativo don de caer bien. A León eso le molestaba cuando el vivía, y durante su adolescencia había jugado el papel de oveja negra con todas sus fuerzas para distanciarse lo más posible de Elyas, ahora lamentaba en secreto esa rivalidad. Le hubiera gustado conocer un poco más a su hermano mayor.
Volviendo a Greta, no era el único rasgo de familia que había heredado. Tenía aquel cabello castaño cobrizo, que caía largo y suelto por su espalda, solo separado del flequillo por una diadema de tela escocesa, Y los ojos, de un color castaño extrañamente claro, parecido al palo de rosa. En él y en Leonora, mortalmente pálidos, aquel tono secundario no era notorio, en Greta, de saludable piel color durazno, sobretodo en la luz rojiza de la tarde, como en ese momento, el color rosado debajo del avellana saltaba a la vista.
Si, ella jamás tendría complejos sobre su físico, incluso su rostro eran una mezcla agraciada de las facciones marcadamente judías, alargadas y aristocráticas de los Rosenblat y de las curvas suaves, las mejillas sonrosadas y los labios llenos de su madre, una McNamara de nacimiento. Tanto ella como el padre de Greta, su primo Jacob, habían muerto cuando ella tenía un año. Como tantos otros. De pronto, se acordó del hermano de su esposa, que también había venido con ellos
-¿Diego se fue antes?
-Salió a tomar aire apenas entramos, pero creo que sigue allí.
No se le escapada la leve ironía en sus palabras, Diego y Rose nunca se habían agradado en lo más mínimo, suponía que él las había dejado solas en un gesto hacia ella, como una pequeña tregua por las circunstancias. Su comportamiento era un constante dolor de cabeza, como si no tuviera muchísimas cosas más de las que preocuparse, pero en momentos así realmente se sentía satisfecho con el.
-Eh, ¡No me abandonen aquí!
El los alcanzo corriendo casi inmediatamente después de que salieran, con el cabello oscuro revuelto por el viento, que ese día nublado soplaba sin piedad, lo llevaba solo un poco más largo que León, apenas le llegaba a los hombros. Diego tenía diecisiete años. Era un chico atractivo, con el rostro clásico y bien equilibrado de su vieja sangre castellana, se parecía bastante a su tío Marcos, que también había muerto doce años atrás. Excepto en que el hermano menor de su esposa, la mayor parte del tiempo, parecía estar burlándose de algo. Con una excepción aquel día, claro. Su expresión era bastante parecida a la de Greta, más reflexiva que asustada o angustiada.
Le dedico una sonrisa floja, León recordaba haber sido su héroe cuando era pequeño, Diego le sacaba camisas y corbatas del armario y le decía que quería ser como él. Aunque últimamente la relación con él y con su hermana mayor dejaba bastante que desear. Pero al parecer la pequeña tregua que había establecido con Rose también se extendía hacia ellos, porque a pesar de que habían tenido una discusión bastante fuerte pocos días atrás, no parecía tener ningún deseo de continuarla.
-Pensé que nos quedaríamos hasta la noche. ¿Claude ha despertado?
-No, pero lo hará pronto. Lara necesitaba algo de espacio. Y además, si no me equivoco, ustedes ni siquiera han desayunado ¿no es así? –Greta le dirigió una mirada de reproche- Si llegamos pronto a casa podemos pedir algo de comida italiana a Hamleton, no enviarán nada después de que oscurezca.
Diego esbozo una sonrisa de satisfacción, estaba más que cómodo con el miedo que les tenían sus vecinos de Hamleton y Riverside. Como él a su edad. Cuantos errores.
-No he visto a Carolina desde ayer, estará en su oficina, supongo, pero todo esto no le ha sentado nada bien. Tal vez quieras ir a buscarla, yo puedo llevar a Greta a casa si me das las llaves del auto.-
Vaya, hasta parecía que tenía ganas de cooperar. O de tomar prestado el auto para más que un viaje de regreso a casa. Pero, imperdonablemente, no había pensado en su esposa ni un segundo desde el accidente de Claude, Y evidentemente, a Carolina también tendría que haberle afectado de alguna manera. Lo miro a él y después a Greta a los ojos
-Si va a cualquier lugar distinto a casa…
Ella le dedico una sonrisa idéntica a la anterior, su sonrisa “de negocios”, la misma de él y Leonora
– Te lo diré inmediatamente
Diego la miro con sincero fastidio, aunque no habría sabido decir si era solo por su poca lealtad, más que por algún plan frustrado. Se despidió brevemente de ambos y le pasó a Diego las llaves del Mercedes negro no sin cierta aprehensión, lo había comprado hacia poco, pero por suerte entre los muchos defectos de Diego no se encontraba el ser un mal conductor. Por suerte.
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El de hacia dos días había parecido un asunto fácil, servido en bandeja, en realidad. Y el resultado era importante, conseguir uno de los escasos ejemplares del Libro, aquel libro en cuyo contenido se había basado el sentido de toda la vida de la que tenia memoria. O en lo que otros recordaban de su contenido, porque la ultima copia de la que disponían había sido destruida muchos años atrás. Y ahora gracias a una de sus mejores fuentes respecto a Uncanny Valley, tenían uno de los ejemplares originales, con mucha información propia y única que seguramente no aparecía en el de ellos, a su total disposición. Solo había que ir y tomarlo Su primer trabajo en aquel pueblecito de niños mimados consistía exactamente en eso.
No fue demasiado difícil encontrar la casa, aunque acercarse por el bosque había entorpecido un poco el camino, pero de todas maneras, no le convenía ser vita en el pueblo antes de su mudanza oficial. El jardín abandonado de la casa Blackwood, con sus columnas romanas y fuentes secas le había provocado aun más desprecio del que le provocaba su nueva vivienda. Aunque no se quedo mucho rato observando las pretensiones cubiertas de malas hierbas, por lo que entro directamente adentro de la casa, La informante sabia que el libro estaba en la casa, perfectamente ubicable, ya fuera en el ático o en el sótano.
Queriendo perder el menor tiempo posible, se adentro en la polvorienta vivienda, dándose el tiempo justo para tomar nota del interior, encontró la entrada al ático donde estas solían encontrarse en aquellas casas antiguas, en una puerta debajo de la escalera principal. De una mochila donde llevaba lo que había considerado indispensable para el trabajo, saco una lámpara de mano, alumbrándose así el camino en la oscuridad más cerrada. Dedico a conciencia una media hora recorrerlo, pero solo era un trastero de antigüedades desastradas por el polvo y la humedad, animales disecados, viejos tapices y cuadros, un globo terráqueo del tamaño de un elefante bebe, suficientes corsés, enaguas y vestidos apolillados como para vestir al elenco de alguna obra de teatro cursi y aburrida, bastantes libros, también pero ninguno era el que buscaba. No, tenía que estar en el ático Al menos tendría una mejor iluminación para buscar, desde afuera había podido observar un tragaluz con los vidrios rotos entre el tejado plagado de nidos y hierbajos.
El niño había sido un fastidio terrible, la sorprendió no haberse dado cuenta de los ruidos, que obviamente cualquier mínimo peso tendría que haber producido sobre la madera podrida, pero por otra parte ella misma había movido cosas, hecho ruidos y además estado demasiado ocupada como para escuchar nada. El pasamontañas, en un principio había parecido una precaución excesiva, pero al final lo había empacado, recordando que las casas abandonadas siempre solían tener visitantes inesperados y que, si quería hacer el resto de su trabajo en el pueblucho, mucho más importante que conseguir un libro polvoriento, cualquier precaución era poca. De todas maneras, deshacerse de el había sido bastante fácil. Sabia usar armas de fuego y de todo tipo, pero la única precaución que había considerado necesaria en la finca abandonada había sido la macana eléctrica. Había sido más que suficiente.
Si, el pasamontañas había sido una buena decisión, si hubiera visto su cara se habría visto obligada a matarlo, lo que sería un inconveniente mayor. Claro, dejarlo allí tirado, inconsciente, iba a ser un inconveniente también, pero no había otra opción. Además de que, en cierto modo, oportuno, puesto que sabía que necesitara sangre para acceder al libro, y no la de ella o la de cualquier incauto al que pudiera sacarle algo con una lanceta, tenía algo de aquella sangre, la que servía, en un tubo de ensayo, entre un pequeño termo helado adentro de su mochila, pero también la lanceta, de todas maneras. Algo un poco mas fresco tampoco estaba de sobra. “El mal arde en llamas verdes”, si. Pues estaba a punto de comprobarlo.
Dejó al niño inconsciente donde había caído y subió con rapidez, sin importarle ya el ruido que hacían sus botas militares, la entrada al ático, una trampilla de la que salen escaleras retractiles, seguramente hace años que nadie se molesta en cerrarla. El tragaluz roto deja entrar agua, pero le proporciona luz suficiente como para no tardar demasiado tiempo buscando, no hay ningún libro a la vista, pero pronto encuentra una caja con un inscripción que reconoce, no hay necesidad de repetírsela de nuevo. La caja cuelga de la pared, sostenida por algo que parece una lámpara de aceite, sabe lo que tiene que hacer, descarga el contenido de su lanceta, con la sangre del niño idiota del piso de abajo y esta se enciende en un fuego verde esmeralda, abriendo la caja.
Pero esta vacía.
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León se dirige a pie hasta la casa de los Del Valle, a pocos minutos del hospital, desde que se casaron, están instalados en la suya, la de los Rosenblat, justo en el punto medio entre los cascos Norte y Sur. Trata de pensar en trivialidades, no es conveniente seguir en el estado de ánimo en el que ha estado sumergido los dos días anteriores, trata de hacer una lista de pendientes en su cabeza. Llamar a Daniela. Conducir para disculparse por no asistir al servicio a la sinagoga donde suele ir todos los sábados con su hermana y Greta, además de Claude, aunque para la ley mas inflexible el no pueda ser considerado judío. Aunque claro, las dos horas de ida y las dos de vuelta pueden esperar un par de días o incluso hasta el sábado siguiente. Tiene que volver a pensar su opinión sobre la decisión que se discutirá (¿Se discutirá? ¿Se informará?) en el ayuntamiento exactamente una semana después, el Lunes, una semana antes de que las clases comenzaran de nuevo. Pero eso lo vuelve a llevar a Claude y a sus malas decisiones, as que vuelve a pensar en colegiaturas y suscripciones a diarios.
Se cruza con más de un par de gatos en su camino, la colonia de gatos callejeros seria un autentico problema en Uncanny Valley, sobre todo en el casco sur, lleno de negocio y comida fácil, si a alguien le importara. Oh, el gato de Carolina no habrá comido en dos días. Confía en que Greta se acuerde de eso
Y, de pronto, ya se encuentra frente a la casa de los Del Valle, una mansión de paredes blancas y patios de baldosa roja con un estilo que no suele verse en la costa este, ese estilo español que a veces erróneamente se denomina “Californiano”, aunque es cierto que es más adecuado para esa parte del país, de techos altos, pocas habitaciones, pero grandes y diseñada mas para el clima sevillano en el que habían crecido sus constructores, en Verano estaba muy bien, habían pasado casi todo el tiempo allí, pero en Invierno era increíblemente fría. Antes de que tenga tiempo de meter la llave del viejo Volvo que había sido su primer auto, estacionado frente a la casa, lo sorprende ver que tiene vecinos.
La casa de al lado había sido construida en el 45 por uno de los hermanos McNamara, el segundo, para mudarse allí con su esposa, ya que la casa familiar siempre quedaba para el hermano mayor. Veinte años atrás, había quedado desocupada cuando la viuda de este, ya anciana, había decidido regresar al casco norte con su familia, los Breckenridge. Abigail Cámara, de quien no había sabido nada en diez años y presumiblemente también estaba muerta, había vivido unos años allí, pero desde que ella se había ido, nadie excepto Cara Donovan, para agregarla al gran listado de casas vacías, había puesto un pie dentro.
Pero allí esta, una chica saliendo de la casa de Abigail, dándole vueltas a una llave sobre la cerradura para dejar la puerta bien cerrada, Leon no puede dejar de mirarla, evaluándola. Es rubia, pero no puede ser la sobrina de Damien, porque ellos le han comprado a el mismo la casa a la que se mudaran, en el casco Norte. Ademas, el color del cabello es demasiado claro, pero no como los Greengrass o los Van der Graff, se trata simplemente un color rubio anodino, vulgar.
No es excesivamente agraciada, pero no es fea, no. Si no fuera porque acaba de verla saliendo de la casa, diría que es una nueva rica de Hamleton, su ropa se ve costosa, Greta también tiene esas zapatillas de Ferragamo y ha visto en alguna tienda el vestido floreado que lleva, pero no parece c0moda con ellos, camina como con una disfraz de halloween, se ve como el tipo de chica que es feliz con jeans y camisas de tirantes. Le dirige la palabra, intrigado
-¿Nueva por aquí?
Ella voltea con los ojos solo levemente demasiado abiertos, pero se recompone de inmediato y sonrie
-Desde el día de hoy
Seguro ha sido el último en enterarse, debido a su falta de disponibilidad los últimos días, Cara hace invariablemente hace correr la voz cada vez que llega una nueva familia. Ha sido distinto con la prima de Damien, por que el que ella sea una Ackerley hace a su familia, al menos desde el punto de vista del trato social, gente de Uncanny Valley. La mira, con amable curiosidad
-¿Tienes padres, encanto?
– Trabajan en casa, son escritores. No les gusta mucho dejarse ver
Seguramente autores de Best-sellers, piensa, por que el costo de su ropa no se corresponde con sus modales, tampoco. D eotdas maneras, le parece agradable. El y Carolina pueden tener arrebatos clasistas en ocasiones, pero en realidad trata de no juzgar a la gente, aunque probablemente sus compañeros del colegio no harán lo mismo. Su esposa ha tratado de cambiar las cosas como directora, pero en ese sentido es inútil. De todas maneras, le pedirá a Carolina que le eche un ojo.
-Entiendo… ¿Planeas entrar al Trinity?-
Ella se encoje de hombros, es muy delgada y bastante pequeña, ¿Cuántos años tendrá? Parece de la edad de Greta
-Supongo… no me haría gracia la idea de hacer una hora camino a la escuela todas las mañanas.
Ella le sonríe. Parece amable. Vaya, es una pena que haya elegido ese lugar, la gente que se muda no suele durar en el pueblo mas de dos o tres años. Frecuentemente no se van en el mismo número en el que llegan.
-Pues bienvenida al pueblo… -arquea una ceja, preguntándole su nombre
-Margaret. Maggie –vuelve a sonreír
-León Rosenblat, para servirte. Que tengas suerte- le desea, sabiendo que es en vano. Su respuesta lo sorprende
-Lo mismo digo- dice, con un guiño de ironía en la voz, con los ojos de color azul frio mirándolo fijamente
León se ríe de buena gana y se despide de ella, con mejor humor del que tenía hace unos momentos. Se mete en el volvo y toma rumbo al Trinity, todavía le preocupa bastante Carolina.
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Espera a que el auto este lejos para sonreír, complacida. Probablemente su nuevo vecino piense en ella con cierta lastima, le han dicho como tratan los chicos de Uncanny Valley a los nuevos, pero aunque no se hubieran dicho ella se lo imaginaria, no se podría esperar nada bueno de ellos, niños o adultos .Por muy amable que sea, con el judío pasa lo mismo que con la Agente de Bienes Raíces.
Casi ha conseguido evaporar la rabia de que alguien se le adelantara camino el libro. No era el único escondite del que tiene noticia, aunque sí el más accesible. Luego buscara lo otros. Pero lo que importa es que ahora esta allí, entre ellos. Y no sospechan, la miran con desprecio o con lastima. Suelta una carcajada, segura de que nadie puede oírla. Oh, no saben lo que les espera.
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No había encontrado a Carolina en su oficina en la dirección del Trinity, pero su secretaria, que estaba de salida, ya era la hora en la que los trabajadores volvían a Riverside y a Hamleton, le dijo que llevaría unos cuarenta minutos fuera. No estaba en su casa, tampoco en la de él, había llamado a Diego para comprobarlo. No fue difícil adivinar a donde había ido
Condujo la media hora de regreso, el Trinity estaba apartado por unos cuantos kilómetros del pueblo, tan solo un siglo atrás era un internado. Siente que ha desperdiciado una hora de su vida, así que se apresura a llegar a Santa Cecilia. El interior no le es desconocido, unas pocas veces ha acompañado a Carolina al servicio de los domingos, por curiosidad ,algunas, las primeras, y las ultimas por solidaridad. La construcción gótica, espaciosa e incluso gloriosa en cierto sentido, con sus frescos al estilo de Miguel Angel, sus vitrales y sus miles de velas siempre encendidas, se encuentra casi vacía.
La ve, la única cabeza entre las doce filas de bancos, de cabello oscuro. Se ha sentado en la segunda fila, no se mueve, Leon no quiere interrumpir antes de tiempo el dialogo de su esposa con su dios, de manera que se acerca en silencio, dándose tiempo para mirar las escenas bíblicas que componen los vitrales, brillantes a la ultima luz del sol de la tarde, que tiñe de naranja unas paredes cuyo color natural es el sepia. Mira a los Santos, cuyos nombres no conoce, quietos y muertos desde sus estantes, varios metros por encima de él. Forman una verdadera multitud, y sus ropas de nobles renacentistas, ajadas resienten la atención que se les daba una década atrás. Pero las mujeres del casco Sur, muchas menos que hace una década, no se han tardado para casarse, y las pocas que se han quedado a vestir santos tienen muy poca vocación y cosas más importantes que hacer. Así que los santos se quedan esperando, acumulando mas polvo.
Finalmente, llega junto a Carolina, se sienta a su lado, ella no parece sorprendida. Sigue mirando hacia el altar, con una expresión indescifrable en sus ojos verdes, que el cree conocer tan bien. Se da el tiempo de relajarse por primera vez en esos dos días. Tal vez Lara fuera sorprendente, pero a su opinión, no hay una mujer que sea más hermosa que Carolina El sol naranja también se refleja en su piel, de ese suave tono moreno cuya denominación a ella siempre le ha parecido ridícula “¿Aceitunado? Amor, las aceitunas son verdes”. Su rostro, cuadrado aunque de líneas femeninas, también es difícil de leer. Suspira y se apoya en el un rato, finalmente habla.
-Demasiados recuerdos, ¿no?
-Más de los que pensé que pudiera soportar
Ella sigue mirando al altar, al Cristo de madera, como a un viejo conocido que ha cambiado en el tiempo que han pasado separados. Carolina no reza en voz alta, como se supone que los católicos hacen, no guarda un misal en casa, no pone especial interes en convencer a nadie, aunque dirige un colegio católico, se caso con un judío practicante y aun así, León cree que no conoce una persona con una relación más cercana a su dios. Aunque sospecha que es una relación complicada. Ella sonríe, todavía mirando al frente
– Siempre me sorprende que se sienta así
Sabía muy bien a que se refería
– ¿Fresco? Si, sorprende. Como el primer día.
– Debería ser un consuelo que sean solo recuerdos, ¿no es así? De cualquier manera, nuestros malos recuerdos no son lo importante…
El la corta, tenso
-Por suerte
-Claro. Pero de todas maneras, lo importante no es eso. Dime ¿Cómo esta Claude? Catherine me dijo que ya estaba fuera de peligro.
La hermana del médico, claro. También era una de las intimas de Carolina, León sintió que el pecho se le desinflaba antes de poder contestar. También soltó un suspiro, ella se volteo hacia él y paso una mano por su cabello, gesto que el imito. Desde que habia sido nombrada directora, lo llevaba corto, apenas más largo que el de él.
-Supongo que ahora ya habrá despertado. Tal vez tengamos que volver por el, supongo que Lara tendra muchas cosas en las que pensar.
Carolina asintió levemente con la cabeza. Su cuñada era terca, pero no irracional, y si el mismo encontraba la culpabilidad por el accidente de Claude abrumadora, para Lara seria difícil de soportar. Y probablemente hubiera cambios, pero solo ella podía decidir cuales
-Supongo que su sistema no ha sido el mejor, pero la entiendo, León. Más de lo que me gustaría.
Le costaba trabajo creer que Carolina también se sintiera culpable por Claude, ya que ella trataba de no meterse en lo que siempre había considerado terreno ajeno, y con Diego, Daniela, Greta e incluso su ahijado, Hanzel, a quienes en resumidas cuentas ellos dos habían criado, las cosas habían sido muy distintas.
-Nosotros no hemos sido así
-No hemos sido padres
-Creo que nos merecemos ese título, aunque sea honorario ¿no lo crees?
Y al menos en su opinión, se lo habían ganado a pulso. El no era el único que había sido un adolescente rebelde, y poco tiempo después de casarse, Carolina y el habían planeado irse de Uncanny Valley, conocer el mundo, no acabar siendo unos huesos viejos, cuadrados y venenosos, como veían a sus padres.
Pero las cosas habían cambiado violentamente, en cinco noches, exactamente, habían pasado de ser una pareja joven, liberada y sin intención de tener hijos a un matrimonio asustado, dolido, furioso y con cinco niños pequeños a los que no podían defraudar. Habían descubierto un férreo sentido del deber que no sabían que tenían, fueron de los primeros en levantarse, en volver a sus casas y comenzar a reconstruir un mundo que se había caído en pedazos. Y en opinión de todos, lo habían hecho bastante bien. Los adolescentes eran algo distinto a los niños pequeños, y el seguía sintiéndose capaz, Carolina no necesitaba preguntárselo, con la dirección del Trinity, en cierta forma también se hacía cargo de todos los niños de Uncanny Valley, de todos los hijos de los muertos. Así que tampoco era eso. Lo interrumpió para dejarlo sin palabras
-En ocho meses, ya no será un título honorario.
Sus palabras parecieron golpearla a ella misma casi tanto como a él , por que de inmediato se llevo las manos a la frente sin dejar de hablar, mirando de nuevo al frente, palabras que hacían que un escalofrió recorriera su espalda
-Tampoco les importaron los niños, recuérdalo, León. Ni los más pequeños, ellos tampoco estaban seguros, León. ¿Lo recuerdas? ¿Lo recuerdas?
Se obligo a mantenerse fuerte, normalmente era el que se caía y Carolina la que lo ayudaba a levantarse, siempre era así. Peor tenia que estar allí para ella, aunque no terminara de creerse lo que había oído. Y lo que decía era verdad, Greta había tenido dos hermanos mayores, de tres y cinco años en el momento en que…
Se obligó a borrar ese pensamiento y respirar hondo, besando a Carolina suavemente en los labios y después apoyando una mano en su hombro, mientras ella lo miraba a los ojos, también forzándose a si misma a respirar
-Es otro mal recuerdo, Carolina – le dijo, con un hilo de voz, casi en un susurro- No pasara de nuevo, jamás volverán, no pueden ¿recuerdas? Los matamos a todos. A todos, Carolina, a todos.
Suspiro, tratando de retener su mente en el presente, en los ojos de Carolina, que dio una larga exhalación y después volvió a levantar la cabeza, mirando de nuevo al Cristo del altar. Ahora ella ponía la mano en su hombro, como siempre.
-Sí, los matamos a todos.
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